¿Y SI FALTA?
La abuela, el imán de la Navidad
Cuando los hijos forman su propio hogar y a la familia nuclear se añaden nietos e hijos políticos, a la abuela le queda aún reservado un gran papel. Se convierte en el centro de las grandes celebraciones familiares, especialmente en Navidad.
Nada produce más satisfacción a una abuela que reunir en torno a su mesa a tres generaciones de seres queridos. El placer de recibir a toda su descendencia bajo su techo la recompensa del gran esfuerzo que supone organizar un festín que satisfaga a todos y cada uno por igual. Con ese objetivo, cada Navidad, son legión las abuelas que dan un ejemplo de abnegación y generosidad que muy pocos se atreverán a seguir en su ausencia.
Mercedes pertenece a esa minoría deseosa de llenar el hueco que su madre dejó. Desde hace dos años, ella es la anfitriona de la familia el día de Nochevieja. Sobrinos, hermanos y cuñadas comparten su mesa con ella, su marido y sus hijos en esa fecha tan señalada desde que su madre murió con casi 80 años de edad. Antes, la casa de la abuela era el lugar de reunión. Cada año, se daban cita en ella casi veinte personas entre nietos, hijos, yernos y nueras. Aunque la abuela corría con todos los gastos, todos cooperaban para organizar un banquete que daba ocasión a que por lo menos una vez al año la familia al completo se reuniera bajo un mismo techo. Aquello era un barullo, pero merecía la pena, porque nadie faltaba a la cita pese a que alguno de los hermanos vive lejos de Madrid.
Cómo mantener la tradición
Cuando su madre falleció, Mercedes decidió tomar su testigo. Se reunirían en su casa para mantener la tradición. «Hablé con mis cuñadas y no solo no pusieron ningún reparo, sino que me propusieron que todos compartiéramos los gastos. Además -añade Mercedes-, me ofrecieron su ayuda para preparar la cena, pero, agradecida, la rechacé porque yo me organizo mejor sola en mi casa y prefiero que los invitados lleguen cuando ya lo tengo prácticamente todo preparado». «De nuevo nos reunimos todos, como si se tratara de un homenaje a mi madre, que no dejó de estar presente en nuestro pensamiento. Pero fue la primera y creo que la última vez, porque al año siguiente los asistentes a mi cena de Nochevieja fuimos casi la mitad y éste, con toda seguridad, seremos aún menos», pronostica Mercedes. ¿Qué ha sucedido? «Nada en particular, simplemente que la vida nos va llevando por otros derroteros y las prioridades cambian. Mi hermano vive en Santander y los kilómetros que no le pesaban cuando venía a ver a mi madre ahora le parecen un exceso: como este año tampoco tiene muchas ganas de venir, nos ha invitado él a nosotros, pero mis hijos no quieren ir porque aquí suelen salir después de la cena con sus amigos... Así que lo más probable es que estas Navidades tampoco nos veamos».
La alegría del encuentro
Que la abuela es un imán lo sabe muy bien Isabel. Cuando se jubilaron, ella y su marido abandonaron Valladolid y se instalaron en Nerja, donde habían adquirido años atrás una casa con jardín. Hasta allí se desplazan sus hijas varias veces al año desde la capital castellana y Madrid, donde viven. Ninguna de las dos falta unos días en verano y coinciden siempre una semana en Navidad. Así que entre Nochebuena y Nochevieja se reúne en casa de Isabel toda la familia: seis adultos y cuatro niños. Ella está encantada. Antes de que medie diciembre ya empieza a hacer los preparativos: planea los menús, hace las compras necesarias, va haciendo acopio de regalos, coloca los adornos... Todo está dispuesto antes de que sus hijos y nietos lleguen. Y no falta detalle. «Mi marido también colabora, aunque a veces me reprocha que dedique tanto tiempo y trabajo para la ocasión. La verdad -confiesa Isabel- es que me paso días enteros en la cocina preparando los platos que más les gustan a todos, eso sin contar las compras previas. A mi marido no le falta razón, pero a mí la ilusión de estar todos reunidos, de ver a mis nietos, de que todos estén contentos y pasemos unos días felices, me recompensa con creces el esfuerzo». «Además -añade a modo de justificación-, nosotros estamos jubilados y me parece que no hay mejor manera de invertir nuestro tiempo. Mis hijas trabajan las dos, están todo el día corriendo de acá para allá y, cuando llegan aquí, no quiero que, encima, tengan que ocuparse de todo. Para eso estamos nosotros».
El paraíso de los niños
Como Isabel, son muchas las mujeres que dan por bien invertido esfuerzo, tiempo y dinero, con tal de reunir a toda su descendencia en torno a la mesa familiar. Es como volver al pasado, a los felices tiempos en que los hijos aún vivían en el hogar, con el añadido del entusiasmo contagioso de los nietos, sobre todo en unas fiestas como las navideñas que parecen hechas a la medida de los más pequeños.
La casa de los abuelos es el reino de los niños, el lugar donde todo son mimos y atenciones para ellos: la abuela les preparará sus platos preferidos, esas croquetas que su madre no tiene casi nunca tiempo de hacer, y el abuelo probablemente se unirá a sus juegos y villancicos como un niño más. Además, la severidad de los padres se templa con la serena perspectiva de las cosas que aportan los abuelos. Su hogar es, en definitiva, el paraíso para los pequeños. Allí se encuentran con todos sus primos y tíos, en un ambiente en el que perciben como en ningún otro el sabor y el olor de la Navidad, que recordarán durante toda su vida.
Pero también para sus padres la casa de los abuelos es un espacio de libertad en el que se sienten como en la suya propia. Es el hogar de todos por igual, y cuando el escenario es otro, las cosas suelen cambiar, como le ha ocurrido a Carmen.
«Ya no es lo mismo»
«Hasta hace unos años, el día de Nochebuena nos reuníamos con la familia de mi marido en casa de mi suegra, pero cuando enviudó se fue a vivir con su hija, y ahora vamos todos allí», cuenta Carmen. «Pero ya no es lo mismo», se lamenta antes de explicar que si los hermanos de su marido siguen reuniéndose en esa fecha es, sencillamente, para no defraudar a su madre. «Cuando ella falte, no creo que haya muchas más noches de Navidad en familia. En primer lugar, porque en casa de mi cuñada el ambiente es otro: ella está en su casa y nosotros somos invitados; la campechanía que había en casa de mi suegra se ha perdido. Y en segundo -añade Carmen-, porque mi cuñada empieza ya a estar cansada del gran esfuerzo que supone organizar una cena para tantos y no creo que nadie vaya a relevarla en el futuro».
Pero la vida sigue...
La figura de la abuela está presente en cada generación. A aquella abuela le suceden éstas y otras tomarán su testigo. Es lo bueno y lo malo de la vida. Porque además, ese imán que atrae los afectos de la familia puedes ser tú misma.
Las familias se multiplican, cambian las relaciones. Y, entre tanto, parece que el tiempo se para, se siente un vacío, hasta que surge, siempre ocurre, un corazón especial que disfruta repartiendo cariño y abnegación para hacer felices a los de su alrededor, que los reúne para sacar lo mejor de cada uno, y para que los niños de la familia sigan recordando las Navidades en casa de su abuela como un sueño.
Paz Hernández
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