El laboratorio de la felicidad

¡Qué sensación tan agradable me produce recordar la cocina de mi abuela Cala: era enorme y tenía una amplia mesa rectangular. Parecía un aula..., un salón. Allí nacieron mi afición culinaria y mi apego a la familia. En el entorno de aquella cocina, sentí que alrededor de los fogones bullía un universo atractivo, variado, divertido que mi abuela y yo explorábamos poco a poco.

Creía que aquella experiencia compartida era algo sólo nuestro. Pero la historia se repite.
Ahora, la abuela soy yo, y tengo a mi alrededor cuatro pequeños "gourmets", cuatro fans de mi sencilla gastronomía que intenta enriquecer su repertorio con los variados y exquisitos platos de cada uno de nuestros rincones.
Mis nietos me ayudan a limpiar los chipirones, a preparar el gazpacho, las patatas en salsa verde, la paella, a crear ensaladas...Trabajamos en equipo y de forma organizada mientras hablamos y aprenden valores que están en el ambiente, que se mezclan con los pucheros y que no se explican en las recetas: orden, higiene, vocabulario, trucos, texturas, calidades, sabores...

A veces, Guillermo, el pequeño, "comete errores" como meter en el lavavajillas mis gafas con funda y todo. Simplemente ha comprendido la importancia de la limpieza.

La tele ha puesto en candelero la cocina, y me encanta porque en mi casa y en la de mis antepasados siempre ha estado de moda. Pero lo que realmente me gustaría transmitir a mis nietos, además de las recetas, es esa dimensión que eleva a una categoría superior la necesidad de alimentarse: la cocina es arte, cultura, creatividad, investigación, fuente de salud, de placer...

Comprendo que comer puede ser muy aburrido, cocinar, también. Pero podemos convertir lo prosaico en interesante con un poco de imaginación y el convencimiento de que no siempre lo más caro es lo mejor ni lo más rico. Todo un reto para compartir con vuestros niños.

Y lo mejor, lo mejor...¡lo bien que lo pasamos!