¿En tu casa o en la mía?

Suena a proposición deshonesta pero no es el caso. Me refiero a un dilema navideño que, con mejor o peor voluntad, surge cada año.

Nuestros "niños" van formando su propia familia, conscientes de que en este país, para bien y para mal, te casas con tu pareja y con su clan. Y en estos días que preceden a la Navidad, lo típico es "repartirse" las fiestas entre los diferentes bandos: "ésta con los tuyos, ésta con los míos". Ya sabemos que, últimamente, los modelos familiares son variados, pero el problema, aunque más complicado, persiste.

En este reparto, a la hora de elegir, las mujeres de los hijos suelen tener preferencia. ¡Qué le vamos a hacer! Las suegras también la tuvimos, además, por Navidad somos todos un poco más románticos: "las señoras, primero".
Lo cierto es que los mayores tenemos un miedo inconfesable a quedarnos solos en estas fechas. Y no es extraño: en mi casa, por diversas razones, de los 30 que nos reuníamos hace años, quedamos 2. Paradojas de la vida: la multiplicación de la familia significa también su división.

Y, sin embargo, no me quejo porque, ahora, tengo el privilegio de celebrar las fiestas con mi prole gracias a la calidad humana..., y divina, de uno de los bandos implicados que prefiere compartir, en lugar de repartir, estas vivencias tan especiales.

Pero no puedo dejar de pensar, sin caer en la nostalgia, en las vueltas que da la vida y, alguna vez, me he imaginado hablando con las paredes en Noche Buena...

La opinión de una periodista muy viajera a la que yo admiro me ha ayudado a ver el panorama desde otra perspectiva. De pronto, empecé a minimizar estas elucubraciones porque me abrió las ventanas de mi mundito y me permitió ver un universo de personas de todas las edades que esperan silenciosas nuestra compañía...
¿Quién dijo "solos"? El cielo está lleno de estrellas con cara y nombre.