La prueba del cocotero

El otro día, enfrascada en la lectura de un artículo, me llamó la
atención una curiosa costumbre que estudiosos del siglo XIX atribuían
a algunas tribus de la Polinesia: eliminaban a los hombres que por su
edad no eran capaces de subir a los cocoteros o no podían mantenerse
en las alturas cuando los jóvenes sacudían el tronco. Una jubilación
efectiva. Leyenda o realidad, y aunque no sé la sorpresa que les
reservaban a las mujeres, me sentí sentenciada. Excluida de mi "tribu".
Por suerte, estamos en el siglo XXI , y los mayores de todas las
edades vamos teniendo respuestas satisfactorias a nuestros derechos.

Y no solo eso, gracias a los avances de la ciencia y a una serie de
circunstancias, parece que nos cuesta envejecer, como si los
maduritos, en vez de cumplir años nos los fuéramos quitando de encima.
No es broma: en Europa, la esperanza de vida de hombres y mujeres
aumenta unos tres meses cada año... Pues en veinte años, habremos
ganado... Esto es como si nos hubiera tocado la lotería. Pero lo del
cocotero, me hizo pensar también que hoy, en general, la jubilación
no se puede asociar a la idea de decadencia e inutilidad, sino de
cambio y libertad: cambio de etapa, de actividad; libertad para
organizar el tiempo. Estamos rodeados de ejemplos que confirman la
aportación de los mayores activos a la familia, a la sociedad, a la
economía del país. Y estoy convencida de que aún podríamos ser más
útiles. Pero es que además, nos hemos propuesto enriquecer nuestras
vidas con retos y proyectos apasionantes...

Y es que hay muchas formas de subirse al "cocotero".