Blog de Isabel García Olasolo. Plusesmas.com
¿Qué tal? Soy Isabel García Olasolo, directora editorial de Bayard durante muchos años. Ahora, jubilada y presidenta de la Fundación Bayard, me gustaría compartir desde este blog mis pensamientos, anécdotas y experiencias con vosotros, ¿Quedamos aquí? Os espero.
¿No nada nada?... No traje traje
lunes, 24 de mayo de 2010
¡Cómo nos divertían estos inocentes juegos de palabras! A propósito, después de pasarme la vida pensando que era una especie de Esther Williams, resulta que no sé nadar.
Todo empezó por un leve dolor de espalda de María y un pinzamiento que me obligaba a cojear. Mi amiga y yo decidimos ir a la piscina un par de días a la semana para ponernos en forma. Pero, la verdad, salíamos peor que entrábamos, hasta que, hace poco, uno de los profesores de natación nos advirtió de los peligros de nadar mal: podíamos causarnos más molestias de las que teníamos.
Ahora recibimos clases de natación, ¡qué aventura! Nunca imaginamos que podía ser tan duro y tan gratificante a la vez: "¡Venga, Isa, que tú puedes!", oigo entre las burbujas que formo mientras expulso las bocanadas de aire que, a duras penas, introduzco en mis pulmones. Y yo, enardecida como una colegiala, acelero el chapoteo de mis piernas. "¿Te has tragado un pez, Isita?" . Pregunta sin respuesta. Bastante tengo con meter la cabeza en el agua y mantener una especie de corcho en el que apoyo las manos alternativamente, sin ahogarme.
La cabeza empapada, los oídos encharcados, los ojos llorosos... Y es que no aguanto las gafas, elemento fundamental, porque se me pegan a la ojera de tal forma que, cuando me las quito, parece que me han dado dos puñetazos.
No digo estas cosas para disuadir a nadie de la práctica de este deporte, pero hay que saber dónde se mete uno.
Durante la última clase, experimenté una sensación maravillosa: respiraba y me movía plácidamente. Tal vez por eso, aunque llegué a los vestuarios dando ligeros tumbos, pensaba en la clase siguiente: ¿seré capaz de repetir la hazaña?
Además de disfrutar en el agua, tengo que reconocer que María y yo hemos mejorado físicamente. Una vez "en tierra", en unos minutos, pasamos de sentirnos como chipirones de arrastre al optimismo de los peces voladores. Merece la pena.
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