Puesta de sol

Finaliza agosto. Aún queda verano, pero la obligación o la inercia nos empujan a volver a casa.

Me despido del mar... Me gusta caminar por la orilla entre reflejos de plata y cobre, cuando el Sol se sumerge en el agua en busca de otros mares. Intento con toda mi alma grabar en mis ojos la belleza de esas huidas distintas y sorprendentes.

Testigo de los momentos más felices, el mar me trae en caballos de espuma recuerdos de mi infancia, imágenes que el paso del tiempo, paradójicamente, hace cada vez más nítidas. Me embarga una nostalgia dulce: amores inocentes, tardes mágicas descubriendo los minúsculos tesoros marinos que deja la marea..., baños de emoción zarandeada por las olas. Risas y gritos..., ¿míos o de mis nietos que juegan en la arena?

Siempre he cerrado esta etapa del año con tristeza. Entonces, la ilusión de un nuevo curso y la promesa de un invierno lleno de contenido me hacían olvidar rápidamente el "síndrome posvacacional". Ahora me cuesta más animarme porque, aunque el calendario es mío, tengo que inventarme el programa.

Pero el mar sigue siendo mi fuente de energía y de inspiración, y en uno de esos paseos surgió la idea y la decisión: durante "el próximo curso", cuando mis deberes y mi bolsillo me lo permitan, voy a viajar por España. Excursiones cortas para conocer mi tierra, la belleza de sus rincones, la gastronomía, las fiestas, el arte... Preparar las escapadas concienzudamente será parte del placer.

Me esperan otras puestas de sol, seguramente alucinantes...