¿Estudiar por el título o para mejorar la práctica profesional?

La decisión de ampliar la formación con una titulación oficial pareciera que se sostiene en el afán humano de adquirir nuevos conocimientos para mejorar la gestión y la práctica asistencial. Sin embargo, en ocasiones, el único fin es obtener el título que se expide para mejorar la carrera profesional y no el ejercicio ni los servicios que se prestarán a la población. La «titulitis» quiebra la lógica que vincula el estudio a la mejora de las intervenciones y pone sobre la mesa una indeseable paradoja: la matrícula por el título o la matrícula para, además del título, mejorar los servicios. Carece de sentido estudiar únicamente para obtener un título, pero mientras haya organizaciones que se quedan contentas con él y no exigen a los profesionales las competencias asociadas a ese título, la punta del iceberg de esta anomalía será cada vez mayor. Así se pone en riesgo el valor de la formación y del ejercicio, también la credibilidad y la confianza de la población con la unidad profesional de la que se trate.

En las organizaciones, cuando los departamentos de personal piden los títulos universitarios, pero se desvinculan de las competencias y de las responsabilidades que estos títulos imprimen en cada profesional que lo logra, contribuyen a esta anomalía. Decía hace poco una alumna sin pestañear: «Hago los ejercicios, para aprobar, pero en el trabajo sigo como antes». Su organización, en realidad, solo quiere el título. La retorica de la calidad será muy pulcra, pero falsa.

Que esto no lleve a engaño, no se trata de aprobar sin los conocimientos. El problema es que, para el sujeto, los conocimientos sean un simple peaje para obtener el título que le piden para mejorar sus condiciones laborales, subir en el escalafón del organigrama, y no para mejorar su práctica. Esta actitud niega el avance de las profesiones. La evaluación de la formación será rigurosa pero las personas y sus familias, por irresponsabilidad del profesional, se verán privadas de los beneficios potenciales que permitiría la nueva formación. Cuando las nuevas prácticas, los nuevos métodos no llegan a la sociedad, cuando no salen del expediente académico tenemos un problema. La incorporación del corpus teórico en la práctica eleva la calidad de los diagnósticos elaborados, también eleva la calidad del estudio del caso y por tanto, eleva la probabilidad de obtener mejores resultados.

El relato invita a pensar que esta realidad es un esperpento y ciertamente lo es. Pero es una nueva realidad que enseña «la patita». Quien así actúa carece de ética porque para determinados ejercicios se necesita una determinada titulación que acredita la formación previa. El esperpento está en que, la formación no se refleja en la práctica y no beneficia a la población. Las personas enfermas, sus familias, acuden a los profesionales con la confianza y la credibilidad de que estos tienen los conocimientos y la experiencia que les brindará la ayuda y la atención que necesitan. Las competencias para prestar esta ayuda y esta atención son fruto de la formación, no de la espontaneidad. Cuando un profesional adquiere nuevos conocimientos y con ellos el título superior que los acredita, también adquiere la responsabilidad de ponerlos al servicio de la práctica y, por ende, de las personas. ¿Es la «titulitis» la ruina de las buenas prácticas? Las direcciones, las áreas de personas de las organizaciones, deben exigir además de los títulos, los métodos que estos avalan y los profesionales, los protagonistas, deben mantener el vinculo con la práctica permite el título.