Blog de Dolors Colom Masfret. Plusesmas.com
Directora Científica del Master Universitario de Trabajo Social Sanitario. Estudios de Ciencias de la Salud. Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Profesora asociada del Grado de Trabajo Social. Universidad de Barcelona (UB). Directora de la revista Agathos, atención sociosanitaria y bienestar.
Tiempo de castañas, moniatos y 'panellets'
lunes, 30 de octubre de 2017
Es una sensación pero, con los años, el otoño parece alumbrar recuerdos de adolescencia y juventud, los deja balancearse en ese sirimiri interno aventado por la nostalgia que siempre deja la cola del verano. De la memoria surgen pedazos de otros otoños de antaño cuando la vida se mecía entre anhelos, esperanzas, deseos y, también, incertidumbres de futuro. Realmente, para una generación estaba todo por vivir. A veces, cuando la incertidumbre se apropiaba del caminar, las dudas se veían sofocadas por el entorno, las amistades enseguida contenían los desánimos y desolaciones surgidas de la nada y sin motivos salvo los de la propia adolescencia. Era una miscelánea de vivencias en la que los días ovillaban emociones y sentimientos intransferibles sobre los que, sin saberlo, se iba trazando un devenir inesperado.
Con los años, asoman recuerdos que partiendo del mismo escenario, del mismo tiempo, de los mismos protagonistas, esbozaban relatos y vivencias con diferentes contenidos. Los mismos hechos vistos desde ángulos diferentes generan historias diferentes. Así, donde uno recuerda una mirada amorosa, el otro habla de una amistad profunda; donde uno recuerda indiferencia el otro habla de horas de espera en la parada del autobús en busca del encuentro nada fortuito; donde uno imagina lo que pudo haber sido y no fue, el otro sigue buscando la imposibilidad. Y así sucesivamente, en otoño, especialmente, la memoria se va macerando en el envejecer.
Cuando los días empiezan a caer rápido en la oscuridad, el silencio alimenta ese pensamiento indefinido que late de siempre en uno mismo. Los paseos callejeros por rincones amables de la ciudad le dan formas mientras uno se sorprende con los aromas y colores propios de la estación que con el tiempo y los años, parece ganar adeptos. Y como si el hada madrina de la tarde quisiera brindar lo mejor al paseante ocasional, los escaparates se van transformando en sabrosas delicias de temporada.
Estos días, los frutos y postres de típicos del otoño invaden los estantes de las tiendas y con ellos, algunos aromas anuncian la Navidad en el horizonte. Aquellos que vivieron los otoños de los sesenta y los setenta, incluso de los ochenta, recordarán el acaramelado y seco olor de las castañas tostadas, de los moniatos asados, del hornillo de carbón, era un olor que serpenteaba por las calles topándose con las caras heladas. En las pastelerías se creaban pirámides de panellets.
A pesar de los años transcurridos, por estas fechas siempre se echan de menos las paradas humeantes de castañas y moniatos, las castañeras abrigadas con su vestido grueso, con su delantal a cuadros blancos y negros, con sus guantes despuntados para poder manejar el cambio. Se echan de menos las conversaciones fugaces, interrumpidas para contar las castañas que ponía en el cucurucho de papel de periódico, se echa de menos su guiño al pedirle una segunda bolsa para las cáscaras... se echan de menos tantas cosas...
Qué suerte haber vivido aquellos otoños. Qué suerte recordarlos y recobrar sensaciones lejanas que cada año acuden puntuales a la memoria cuando llegan estos días y ello, a pesar de la multitud de hojas apiladas sobre el pasado.
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