Risas de otoño

Se ha terminado el verano, y el otoño encierra las risas de los niños en el patio de recreo y las nuestras en el baúl de los recuerdos. Echamos de menos el jolgorio de nuestros nietos, que nos daba esa energía que tanto nos cuesta generar...

El día se escapa poco a poco. Me resisto a entrar en el túnel sombrío de la nueva estación porque necesito la luz para funcionar.

Y tratando de espantar la nostalgia, recientemente tuve la suerte de escuchar en la radio del coche (iba de copiloto) la ráfaga de una charla que me rescató. Hablaban de los beneficios de los paseos por el monte, el bosque, la naturaleza; del placer de sentir el silencio vivo, repleto de olores y colores; de la satisfacción que te invade después del esfuerzo; del bálsamo que proporciona la conversación con un amigo, amiga, que desnuda su alma en medio del todo y de la nada. Es imposible fingir en medio de tanta autenticidad.

Decían que la intuición y la creatividad florecen en esta confluencia de paz, belleza, superación, misterio... donde el estrés se torna positivo; que la tristeza se esfuma por los senderos de un monte, entre los árboles, por los caminos de un parque, a falta de montañas... El caso es andar inmerso en un entorno natural hasta que el espíritu deje libre la risa enclaustrada.

 ¿Y si nos lleváramos a nuestros niños a estas excursiones que despiertan los mejores sentimientos?

 Yo también estoy convencida de que el coloquio con las hojas que caen, o los gritos apagados de una urraca histérica, o la música del viento, entre mil descubrimientos y sensaciones mágicas, preparan la mente y el cuerpo para pisar el día a día de asfalto con más ánimo. ¿Empezamos?