Veranos inolvidables

Los veranos de mi vida siempre me han dejado un recuerdo agradable. Tal vez porque mis momentos más bonitos y los acontecimientos más luminosos de mi historial han tenido lugar entre san Juan y santa Eufemia.

Recuerdo con emoción aquellas dulces vacaciones norteñas de casi tres meses. Pequeña y morenita como un chipirón, mi mundo de juegos empezaba y terminaba en la orilla de la playa o de un río, rodeada de "chipirones"como yo. ¡Cuántas sensaciones, cuántas vivencias surgieron del agua!

No puedo evitar una sonrisa nostálgica al pensar en los felices veranos quinceañeros, siempre en el norte: la pandilla..., excursiones amenizadas con la inevitable guitarra, tardes de pesca en busca del chicharro, fiestas en el pueblo, chocolatadas en el monte..., sokamuturra, bailes..., "me gusta, no le gusto...". Empezaba a descubrir otros planetas. 

Los años me han ido proporcionando veranos de felicidad madura, maravillosa, con mi marido y mis hijos, a los que he intentado transmitir la pasión por el mar y la Naturaleza. Ellos, deportistas, viajeros, exploradores, marinos...son mis héroes. 

Pero hubo veranos en los que el nido estaba vacío, vacío también de metas y retos. Se impuso buscar alicientes nuevos ante el convencimiento de que la vida puede ser bella en cualquier etapa si somos capaces de reinventarla. 

Y hoy, de pronto, he revivido sensaciones apagadas: una de mis nietas, 8 años, pasa unos días conmigo en el campo. La casa se ha llenado de amiguitos, juegos y risas. Siento que mi cuerpo flota como hace tiempo, no pienso en mí, el ambiente me puede. ¿Cansancio? Ni pizca. Como cuando era sólo madre.

Este relámpago de vitalidad me hace pensar en lo importante que es olvidarse de una misma y volcarse en los demás. Una receta eficaz para olvidar los dolores de cualquier tipo.

¡Feliz verano del 2016!