Aquellas casas típicas de los 70...
Feng Shui, Wabi Sabi o Provenzal... Ahora que nuestras casas son un templo a la decoración, al orden y a los materiales naturales, en los que el espacio es cuidadosamente pulido al detalle, en muchos casos llevado el minimalismo al extremo, miramos a aquellas casas de nuestras infancia con nostalgia y porque no decirlo un poco de asombro. Allá por la década de los 70, el estilo de las casas y pisos distaba mucho de las corrientes estilísticas que existen actualmente; es por ello que, en este Queridos Recuerdos, viajamos al pasado para visitar la vivienda típica de los 70.
Empezaremos el tour por la cocina, y es que esta es una de esas salas cuya revolución con el paso de los años se ha visto latente. Olvidaos de islas flotantes, hornillo de inducción o cocinas abiertas; en los 70 las cocinas eran de una única manera: una estancia decorada con unos azulejos de tonos verdosos o blancos desgastados, con motivos florales, que, por qué no decirlo, eran más bien feos, en las que no podían faltar la mítica bolsa de tela para el pan y el delantal de tela, colgados de uno de los mangos de la puerta, su hornillo de gas, que como te despistases prendía una llamarada con la que quemabas media cocina, y aquellos azucareros y saleros de plástico azul metalizado, con los que muchos nos equivocamos a la hora de echarnos el azúcar en el café. Mención aparte hay que hacer a la vajilla duralex, la típica vajilla española, una oda a la creatividad existente en todos los hogares españoles y que daba otro toque de color a nuestras cocinas con su característico color ocre.
En la típica vivienda española siempre estaba el salón "bueno", en el que tu madre trataba de que estuvieras el menor tiempo posible, ya que este era el que contenía los muebles lujosos de la casa, aquellos muebles de madera de caoba que se arañaban con solo mirarlos. Este salón estaba repleto de decoración, desde fotos de comuniones de personas que no habías ni visto, a las típicas figuritas de la flamenca y el toro. Pero si había algo que abundaba eso era los macramés o bordados; sobre las mesas, utilizados como tapetes, sobre las sofás como reposacabezas..., este elemento era imprescindible. No podía faltar en esta estancia el mueble-bar, un clásico del estilo decorativo de la época, el cual en muchos casos estaba repleto de bebidas ya caducadas del poco uso que se le daba, el brasero, en el que nos cobijábamos en aquellas fríos días de invierno, el teléfono de la casa, que daba lugar a situaciones incómodas cuando tenías una conversación privada, o la televisión Phillips, con las que tan buenos momentos pasamos con los Mundiales del 74 y 78.
Otras estancias no han sufrido la misma revolución; los baños siguen siendo parecidos, aunque sin aquellos míticos azulejos que parecía que iban a juego con los de la cocina, o las habitaciones, las cuales la principal diferencia es que prescinden de aquella decoración setentera repleta de pósters de Grease y de bandas de música. Pero si hay algo más que recalcar antes de terminar este artículo es el estilo decorativo más importante de la época, quizás el aspecto más recordado por muchos de su vivienda que aún a día de hoy sigue persistiendo: el gotelé, esa forma de pintar a lo basquiat, con la cual el obrero se ahorraba tener que arreglar la pared de fallos, y que se vendió a muchos de nuestros padres como el último grito de la decoración francesa, aunque para grito el que dabas como te rozases con él. Eso sí que era un grito.
Javier del Valle Amaya
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