¿Baila usted, señorita?
Una de las mejores cosas del verano era ir a bailar. Nuestro sitio favorito era un local donde se celebraban banquetes de boda, de comunión... y que también funcionaba como salón de baile al aire libre para la juventud.
Otra larga excursión. Salíamos a las cuatro de la tarde, porque, claro está, había que estar a las diez en casa. Entonces, como nos arreglábamos mucho e íbamos con nuestros tacones y esas faldas con cancán típicas de los 50, juntábamos dinero y cogíamos un taxi, para que no se nos arrugara la ropa al ir y, si nos llegaba el presupuesto, también al volver, porque acabábamos molidas.
Lo mejor, aparte del propio hecho de bailar con chicos, eran los comentarios cuando ya estábamos sentadas en nuestra mesa, con nuestras bebidas, esperando a que vinieran a sacarnos. Porque, por supuesto, ellos eran los que tenían que tomar la iniciativa: «¡Como me pida ese, le digo que no, que es muy feo...!»; «¡Huy, mira! ¡El rubio viene a sacarte!»; «Pues a mí el que me gusta es el del niqui verde»...
Y así pasábamos la tarde, al ritmo de pasodobles, chachachás, boleros, canciones románticas como las de Nat King Cole y hasta algún vals... También sonaban ya los primeros éxitos de Elvis, aunque los nuevos ritmos como el twist o el rock, que arrasaron en los sesenta, todavía no estaban en su apogeo.
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