Colecciones por fascículos
La página web de la prestigiosa editorial francesa Hachette define con precisión lo que es el fascículo, por si alguno anda un poco olvidadizo y ya no se acuerda de qué estamos hablando. A saber: «Entre la edición y el producto de gran consumo, el fascículo consta de un cuaderno y de un objeto (figuras, objetos coleccionables o piezas ensamblables) que permiten al coleccionista apasionado constituir paso a paso una colección completa sobre una temática determinada. Dicho producto, comercializado periódicamente, se distribuye en las redes de venta de proximidad (papelerías, quioscos de prensa) y mediante suscripción. Los fascículos, que suelen ir acompañados de objetos de colección, tienen un alcance internacional. Responden a las expectativas tanto de aficionados como de incondicionales, con títulos como [...]; estos productos han maravillado ya a millones de coleccionistas en todo el mundo».
Qué, ¿te acuerdas ya de qué es el fascículo? En realidad, las colecciones por fascículos aún siguen existiendo, pero es evidente que ya no tiene la difusión y la popularidad que tuvieron durante décadas, probablemente hasta bien entrados los años 80. Hasta entonces, raro era el español de a pie que cada semana no compraba uno, dos o varios fascículos con los que ir completando la colección o colecciones que hubiera decidido emprender.
Por temas, desde luego no era, porque había para dar y tomar, o sea, historias, enciclopedias y cursos de todas la clases, especialmente de Salvat, Planeta y Sarpe: o sea, coleccionables del tipo enciclopedia de las «labores», «femenina», de «cocina», «médica», del «sello», de los «deportes» o del «automóvil»; historia del «cine», la «música», el «arte», el «mundo», la «Segunda Guerra Mundial», la «fotografía»; cursos de «inglés», «francés» o «bricolaje»; sin contar con todas aquellas colecciones que, además del fascículo, contenían una pieza con la que podían empezar a construirse un barco, un coche, una moto o el «esqueleto humano».
Así, no era de extrañar que en septiembre, el mes en el que empezaban a lanzarse todas esas colecciones, todos los quiscos se vieran invadidos por fascículos de todos los colores y tamaños. Los mismos quioscos en los que siempre había un cartel que anunciaba: «Se encuadernan fascículos». Porque, que no se olvide, cada vez que se completaba un tomo era necesario proceder a su correspondiente encuadernación, generalmente con aquellas atractivas tapas imitando a piel con estampaciones doradas que se vendían, creo, con el último fascículo del tomo, y que iban dejando la colección la mar de apañada. ¡Como para no seguir coleccionando más fascículos!
José Molina
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