La comida
De la comida recuerdo cómo, a medida que iba creciendo, los sucedáneos dejaban paso en casa a los alimentos de verdad. El pan blanco sustituyó al negro, el café a la cebada tostada, el azúcar al agua de remolacha hervida...
Recuerdo la leche en polvo, el queso y la mantequilla que durante todos los recreos de todos los años que estuve en la escuela nos repartían para almorzar. Venían de Estados Unidos, decían. El queso era amarillo, blanco, pastoso, pero nos gustaba; la leche nos la daban diluida en agua fría; la mantequilla, extendida sobre el pan que llevábamos de casa.
Recuerdo la anguila que siempre nos traían los Reyes Magos. Un mazapán en forma de culebrilla con bolitas de colores. Su promesa nos hacía ser buenos durante semanas, nos la comíamos trocito a trocito para que durara días, su sabor perduraba en nuestra memoria durante meses.
Recuerdo que la primera vez que me dijeron si quería comer angulas, pedí que me trajeran una para probar.
Recuerdo lo bueno que sabían en vendimias las rebanadas de pan tostadas en una parrilla tras untarlas con el tocino del puchero de las alubias.
Recuerdo que nunca he comido mejores patatas que las patatas mareadas, «deconstruidas», las llamaría algún cocinero moderno.
Receta: n Introducir unas patatas con chorizo recién hechas en una fiambrera. n Meter la fiambrera en un talego. n Pedir a un niño que lleve el talego hasta donde su padre está trabajando. n Tras ser suavemente zarandeadas durante el camino, las patatas llegan deshechas, pero no machacadas, impregnadas de chorizo y todavía calentitas, en su punto para ser comidas.
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