Las chicas con las chicas
En los años 50, según costumbre de la época no escrita en ninguna parte pero mayoritariamente admitida, lo de ser niña o niño marcaba tu vida en casi todos los ámbitos: educación, juegos, comportamiento social..., así que lo de ser una cosa u otra era casi como una lotería.
En el caso de las niñas, por tanto, cuando al cumplir los 6 años había que decidir a qué colegio ir, lo habitual era elegir uno de monjas, salvo circunstancias de causa mayor, que en eso de educar a chicas tenían sobrada experiencia y una excelente reputación, lo que para los padres era razón más que suficiente.
Eso sí, las materias a estudiar se compartían con las de los niños, aunque en otros menesteres el fútbol, por regla general, se sustituía por el bordado a mano y el minibasquet, por las representaciones teatrales o el piano, que también en eso las monjas tenían buena mano.
En cuanto a los juegos, a las niñas nos gustaba jugar a las muñecas -la Mariquita Pérez y su hermano Juanín eran mis favoritos-, las cocinitas, el corro, la comba, la rayuela o los bonis, que consistía en empujar unos alfileres con cabezas de colores y en el que se ganaba cuando se montaba uno sobre otro.
Había, por supuesto, juegos comunes, como el escondite y las tabas, aunque siempre mejor «cada uno con su pareja»... y meriendas, que en lo de salir a jugar después del colegio con un trozo de pan y una onza de chocolate en la mano también había consenso mayoritario.
Diferencias al margen, lo que parece indiscutible es que, en aquel tiempo, la calle era para todos, niños o niñas, como el segundo hogar de acogida, en el que casi cualquier cosa, por insignificante que fuera, bastaba para entretenerse. Ventajas de que no hubiera tantos coches, de no tener televisión, videoconsola o internet.
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