QUERIDOS RECUERDOS
«Los chicos con los chicos»
Como en años anteriores, por razones que no es necesario comentar, también en los 60 la mayoría de los colegios continuaban siendo «unisex», como en las peluquerías de hoy día; o sea, los chicos en uno y las chicas en otro, no fuera a ser que se mezclaran demasiado y la liaran parda. Así que no hubo forma de cambiar lo de la separación «por exigencias del guión», por mucho que Los Bravos se esforzaran en repetir una y otra vez aquello de «Los chicos con las chicas».
Hasta ahí todo bien, sobre todo cuando aún éramos unos mocosos y apenas cursábamos «Primera elemental», «Ingreso» o los primeros cursos de Bachillerato, y, en el caso de los chicos, lo único que nos importaba de verdad era jugar al fútbol, las chapas, las canicas o cambiar cromos durante el recreo. El problema surgía cuando la adolescencia empezaba a llamar a nuestra puerta y no sabíamos muy bien si abrirla o no, no fuera a ser que nos encontráramos con alguna desagradable sorpresa. Era entonces cuando de pronto descubríamos que una de dos: o las chicas andaban escondidas y nadie sabía de su paradero o, en realidad, eran una especie en vías de extinción, de la que no nos habíamos ocupado hasta entonces, salvo que tuvieran la categoría de hermanas o primas, que esas sí mostraban su visibilidad con notable frecuencia.
Y claro, cuando las hormonas comenzaban a hacer de las suyas y los instintos a dejarnos claro que había cosas más importantes que el fútbol o estrenarse en los recreativos echando unas partidas de futbolín, nuestro cuerpo y nuestra mente inauguraban una nueva fase de experimentación extrasensorial. Era en ese preciso momento cuando nos preguntábamos por qué maldita razón en el colegio en el que estudiábamos no había una sola chica, lo cual nos hubiera facilitado, y mucho, resolver la compleja tesitura de necesidad y desconocimiento en la que ahora nos encontrábamos. Y, como era fácil suponer, a partir ahí comenzaba la complicada aventura de conseguir relacionarte con alguien del otro sexo, aunque solo fuera para intercambiar un tímido saludo o, mejor aún, un «¿te apetece tomar una Mirinda?». ¿Acaso era mucho pedir?
José Molina
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