Diversiones y amigos
No hay nada como ser niño en un pueblo y adolescente en una gran ciudad. Si eras adolescente en un pueblo de la España de principios de los 60 y, además, eras chica, pasabas la mitad del tiempo añorando la infancia perdida y la otra mitad ansiando ser mujer.
A los catorce años, las chicas nos encontramos con un problema: habíamos dejado la escuela, ya no éramos niñas, y con nuestra niñez habíamos perdido la libertad de salir a la calle. Estaba mal visto que las mocitas anduvieran de pingo, nos tenían en casa lavando, cosiendo y haciendo ganchillo, con la radio, y más tarde la televisión, como compañía. Para estar en la calle con las amigas, nos ofrecíamos voluntarias para realizar tareas que implicaran salir de casa: hacer la compra, acarrear agua, sacar de paseo a uno de nuestros sobrinos pequeños, acompañar a una amiga a sacar de paseo a uno de los suyos...
Los días de permiso eran los sábados por la tarde y los domingos.
Los sábados, chicos y chicas íbamos al teleclub del salón parroquial.
Los domingos, misa, bar y cine... y a las diez en casa.
Así hasta los dieciocho años, la edad que daba acceso al baile y proporcionaba más libertad para entrar y salir. Comparada con la vida de las adolescentes de ahora, la nuestra podría parecer triste, pero no recuerdo sentirme agobiada. Lo que recuerdo es lo que disfrutaba de los momentos que pasaba en la calle y cómo saboreaba cada minuto con mis amigas.
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