La belleza de las cumbres
Ir a la montaña era media vida para mí. Nos reuníamos algunos amigos y procurábamos hacer un poco más que la vez anterior. Pronto me convertí en monitor del grupo de los pequeños. Estaba yo muy orgulloso de mi equipamiento, atesorado con muchos esfuerzos, y de llevar a los renacuajos y enseñarles a ir por el monte, a acampar, a ser solidarios con los compañeros... Creo que así fue como descubrí mi vocación de maestro. Y también, mi espiritualidad. Subir una montaña, el silencio, la propia superación, todo eso te hace sentirte más cerca de Dios, de lo trascendente.
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