La primera vez que vi el mar (en 1963)
-¿Te lo imaginabas tan grande? ¿Has visto cuánta agua?
«¡Qué pesados...!, pues claro que sí».
Acababa de cumplir ocho años y, aunque nunca había pisado una playa, había visto el mar en el cine y en la televisión. Pero yo disimulaba la ausencia de asombro por si aquello desencantaba a mis padres que, por primera vez desde que tuvieron hijos, se daban el «lujo» de disfrutar de unas vacaciones como Dios manda en la ciudad de Cádiz.
En realidad, la playa me pareció tan divertida como me había imaginado tantas y tantas veces, aunque mi madre se empeñara en fastidiarme a cada momento untándome la cara con kilos de crema Nivea o me impidiera bañarme durante ¡tres horas! con la excusa de que no había hecho la digestión. Y por supuesto, cuando corría rauda a rescatarme porque el agua me llegaba un poco más arriba de la rodilla. Pero yo no protestaba demasiado. Jugando en la orilla me sentía una auténtica sirena, aunque compartiera el espacio con aquellas señoras que llevaban sobre sus cabezas unos extraños gorros de goma de colores chillones, repletos de sobresalientes flores, conchas y pinchos.
Rosario A. (1955)
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