Concha Velasco, la historia interminable
Según contaba la propia Concha Velasco en una entrevista concedida a un canal de TV, uno de los momentos más significativos de su vida fue cuando Celia Gámez, la gran diva de la revista musical española de aquellos años, la «fichó» para trabajar en su compañía. Al parecer, solo necesitó mostrarle sus preciosas piernas para que la contratara durante un año por el que, según Concha, le pagaba «60 pesetas diarias, una fortuna para la época».
Aquel fructífero encuentro con Celia Gámez sirvió para aliviar la delicada situación por la que atravesaba su familia, pero también para superar la mala experiencia que había tenido poco antes, con apenas dieciséis años, cuando decidió «ser artista» sin tener aún la edad permitida, y en cuyo entramado ahora no vamos a enredarnos. Así que los ávidos de más información pueden saciar su sed sobradamente acudiendo a los libros de memorias de Concha Velasco, como Diario de una actriz (T & B Editores, 2001) y El éxito se paga (RBA, 2014).
No cabe duda de que la experiencia en la compañía de Celia Gámez fue el detonante de que muchos empezaran a conocerla, pero también sirvió para que alguien, felizmente, descubriera que aquella modosita y refinada «chica de Valladolid» a la que le había bastado enseñar sus bonitas piernas para compartir escenario con «la Gámez» no solo tenía dotes de magnífica bailarina y cantante con aspiraciones a gran vedete, sino también hechuras de buena actriz, como pronto se encargaría de demostrar.
Así, como el que no quiere la cosa, Conchita Velasco, como entonces era conocida, tardó poco en enamorar a media España (la otra media no tardaría mucho en rendirse también a sus pies) cuando, a finales de los 50, apareció en comedias tan populares como Las chicas de la Cruz Roja (1958), Los tramposos (1959) y El día de los enamoradas (1959), entre otras, la mayoría de ellas junto al inolvidable Tony Leblanc, con el que rodó seis películas.
Por si fuera poco, la casualidad quiso, además, que en 1965 se convirtiera en nuestra indiscutible «chica ye ye», después de interpretar la canción de idéntico nombre, compuesta por Augusto Algueró, en la película de José Luis Sáenz de Heredia Historias de la televisión, lo que no solo acrecentó su popularidad, sino que también sirvió para lanzar su carrera discográfica.
Pero aquel solo fue el principio de una «historia interminable», al que sucesivamente se fueron sumando capítulos de cada vez más creciente interés, a modo de permanente serie televisiva con principio conocido, pero sin final a la vista. De hecho, a día de hoy, después de más de sesenta años de carrera, durante los cuales se ha movido tan campante en cine, música, televisión y teatro, Concha Velasco continúa manteniendo intacta su pasión por la interpretación, como bien lo demuestra su aventura teatral Reina Juana, un duro monólogo cargado de intensidad dramática, pero con toques de humor, en el que deja patente sus extraordinarias dotes de actriz.
Por todo eso y por muchas más cosas que resulta imposible resumir en unas cuantas líneas, es obligado mantener fresca en la memoria colectiva de este país a aquella «chica para todo», o sea, «de Valladolid», «de la Cruz Roja» y «ye ye», hoy ya necesariamente convertida en «gran dama» de los escenarios, por la que cualquiera que la haya conocido, fuera cual fuese la época y el lugar, difícilmente ha dejado de sentir un cariño desmedido.
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