«Cine Exin. El cine sin fin»
Después de una amplia experiencia en el ámbito audiovisual con instrumentos de «alto nivel tecnológico» como el sencillo pero mágico caleidoscopio, las pedagógicas filminas, las cámaras fotográficas de juguete del tipo cabeza de cerdito saliendo del objetivo o, más aún, el sofisticado «Airgamcolor Proyector con Caleidoscopio», no al alcance de cualquiera, la culminación de tan prolija carrera audiovisual se produjo cuando en casa de muchos niños entró por la puerta grande el «Cine Exin» que, como insistentemente señalaba su publicidad, permitía disfrutar de «cine sin fin».
Comercializado en 1971 por la empresa juguetera española Exin, como era fácil deducible, en cuyo catálogo había -y probablemente continúa habiendo- juguetes tan famosos como «Madelman», «Exin Castillos», «Tente», «Meccano» y hasta Scalextric, aunque de este último solo se encargaba de su distribución, desde luego el «Cine Exin» fue todo un acontecimiento para posibles cineastas en ciernes o para futuros cinéfilos, aunque de ambas vocaciones aún no tuvieran constancia. Y es que, tras el primer impacto de ver un aparato semejante, acto seguido se hacía honor al lema publicitario, es decir, a no dejar de ver películas del Pato Donald, de Mickey, de Tom y Jerry, de Piolín o de Goofy, que eran las más solicitadas, y además con el gusto que daba manejarlo al gusto del consumidor. En este punto conviene aclarar, no obstante, que cada película apenas si duraba un minuto, de modo que lo de no parar de verlas era de pura lógica, si es que se quería pasar una tarde entretenida enfrascado con aquel artilugio.
En realidad, aunque entonces parecía lo contrario, el «Cine Exin» no era más que un relativamente sencillo proyector de 8 mm, cuyo funcionamiento tenía pocos secretos: abrirlo, colocarle las pilas, encenderlo, enganchar con mucho cuidado la bobina de celuloide a un carrete vacío para asegurarse de que no se saliese -al menos en la primera versión, la naranja, porque en la segunda, la azul, las películas venían en un cartucho más fácil de instalar-, y con una simple manivela proyectar las imágenes bien sobre la pared, bien sobre una sábana blanca convenientemente colocada a modo de gran pantalla de cine. Así de fácil. Además, disponía de «ralentí, acelerado, paro de imagen y marcha atrás», como bien constaba en la caja, lo que hacía que ver una película fuera aún más divertido, porque permitía mil y una maneras de hacerlo: adelante, atrás, más rápido, más despacio... Vamos, como la famosa «moviola» que más tarde se haría famosa para analizar las jugadas conflictivas de un partido de fútbol. ¡Ah!, y una última aclaración, por si alguien no lo tiene claro o no lo recuerda bien: las películas no tenían sonido, salvo el insufrible soniquete de la manivela, que ese si que no era mudo.
Conclusión: Cómo no iba a ser el «Cine Exin» el origen de cinéfilos empedernidos o de grandes directores de cine. Si es que era de cajón que algo bueno traería consigo.
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