«La tía Tula» (1964)
Estrenada en el cine Lope de Vega de Madrid, el 21 de septiembre de 1964, «La tía Tula», según acertadamente se resalta en la web de Filmin, es una «asombrosa adaptación de la obra de Miguel de Unamuno. Toda una conmoción para el cine español de los sesenta que alcanza un rigor dramático y una solidez formal inaudita para plasmar un brillante recuadro de la sociedad provinciana de la época» (Miguel Ángel Palomo). Razones no le faltan a esta sucinta reseña de la espléndida «opera prima» de Miguel Picazo, uno de aquellos jóvenes directores españoles, como Carlos Saura, Basilio Martín Patino, Vicente Aranda, Manuel Summers, Gonzalo Suárez, Jaime Camino, Jorge Grau y Pere Portabella, entre otros, que en la década de los 60 trataron de darle un nuevo rumbo a nuestro cine, siguiendo de algún modo la estela marcada poco antes por otros ilustres de la dirección como Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem y José Antonio Nieves Conde. Eran los síntomas más evidentes del denominado «foco madrileño» y de la llamada «Escuela de Barcelona», que no hacían sino tratar de activar en nuestro país lo que movimientos cinematográficos como el «Free Cinema» británico, la «Nouvelle Vague» francesa y, ya anteriormente, el «Neorrealismo» italiano habían logrado en otros países europeos.
Intenciones y voluntades al margen, de lo que no cabe duda es de que esta adaptación de la novela homónima de Unamuno, que logró salvar como pudo la tijera de la censura, fue todo un éxito de crítica y público. Sin ir más lejos, fue galardonada en el Festival de San Sebastián con el premio a la mejor dirección y la Perla del Cantábrico al mejor largometraje de habla hispana, y, además de otros muchos premios, también con el de mejor película española y mejor interpretación en película española a Aurora Bautista en los Premios San Jorge. Desde luego, no podía inaugurar de mejor manera su filmografía Miguel Picazo, de quien Fernando Méndez Leite, en su impagable «Historia del cine español» (vol. II, p.671), afirma que «en este su primer trabajo directivo acredita cumplidamente su capacitación para acometer empresas cinematográficas de difícil asimilación. No se puede iniciar mejor una trayectoria de plasmador». Lástima, sin embargo, que la carrera de Miguel Picazo discurriera después por extraños vericuetos, para desgracia de los que tantas esperanzas de renovación habían puesto en él.
Antes de dar por concluida esta tímida aproximación a «La tía Tula», no sería de recibo dejar de mencionar el excepcional nivel interpretativo de sus protagonistas, especialmente de Aurora Bautista, que con esta película recobra el éxito perdido años antes, después de haber sido una de las grandes estrella del cine español de los 50. De ella señala Méndez Leite en su ya citada obra: «[...] al frente del reparto, realiza una de las mejores creaciones de todo su historial artístico. Su arte inconfundible culmina en la emocionante secuencia del confesionario, en la que José María Prada alcanza también un triunfo personalísimo» (p.672).
Desde luego, para mucho dio de sí esta dura y sórdida película que muchos seguramente recordarán, en la que se narra la turbulenta historia de Tula (Aurora Bautista), una mujer de fuertes convicciones religiosas, que, tras la muerte de su hermana Rosa, acoge en su casa a su cuñado Ramiro (Carlos Estrada), lo que dará lugar a una convivencia llena de roces y tensiones con tintes de melodrama, en medio de un asfixiante ambiente social muy conservador y devoto.
José Molina
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