Problemas para tirar
Cuando acumular objetos se convierte en un problema
¿Cómo se produce esta dinámica en la que el apego a los objetos nos impide abandonarlos? Generalmente el origen de casi todo está en la infancia. En una edad muy temprana, los niños son adiestrados para que sean «limpios y ordenados».
Los niños tienen la necesidad de poseer y controlar «sus cosas», «sus juguetes» y que nadie se los toque. Se someten por la recompensa que reciben al obedecer las normas y cumplir con las exigencias parentales. Si los padres son excesivamente rígidos y exigentes, los niños pueden (no siempre) desarrollar un comportamiento obsesivo por el perfeccionismo, la pulcritud, la rigidez, el orden, la sobriedad y seriedad, entre otras características. De ahí el origen de los acaparadores ordenados. Pero también puede darse el comportamiento contrario y desarrollarán rasgos de obstinación, irritabilidad, terquedad, comportamientos desordenados, sucios e indisciplinados, que pueden convertirlos en adultos acaparadores desordenados.
En todos los casos se produce mucha angustia ante la posibilidad de no tener algo, de haber fallado por la pérdida de algo útil. Esta angustia les impide literalmente cambiar, porque no se sienten mal con sus obsesiones; los acumuladores están felices con su conducta, pues en el fondo sienten que tienen poder, que están protegidos, que pueden controlar todo aquello que los rodea. Viven sus posesiones como «su tesoro» y se sienten orgullosos de ello. Ignoran el impacto que ejerce su conducta sobre sí mismos y los demás. Los intentos familiares para que se deshagan de sus posesiones son infructuosos.
Las preferencias para acumular son de todo tipo, pero las más frecuentes son libros, revistas, periódicos, discos, ropa, monedas, sellos, propaganda, comida, etc. Actualmente, aparecen acumuladores de información multimedia que bajan de Internet todo tipo de información solo por el placer de guardarla. También hay quien no es capaz de borrar ningún correo electrónico, almacenándolos indiscriminadamente.
Guardar cosas es hasta cierto punto normal, el problema es cuando nos sentimos incapaces de deshacernos de algo. Si podemos hacer limpieza y tirar cosas sin que importe demasiado, todo está bien. Pero, si después de sacar cosas para tirar, estas terminan de nuevo en el armario, entonces podemos pensar que estamos siendo un poco obsesivos.
Las características más comunes que tienen las personas con necesidad de acumular son:
- Indecisión, temor a equivocarse. Se guarda todo, incluso lo inservible, para no lamentarse por haber perdido algo.
- Dificultad para clasificar los objetos. Todo es de «vital importancia», da igual que sea un billete usado o un reloj nuevo.
- Temor a que falle la memoria. Si no mantienen los objetos a la vista, se olvidarán de ellos. Al tener todo por en medio, provocan desorden y hacinamiento.
- Excesivo apego. Sus cosas son parte de sí mismos, y logran un grado extremo de comodidad emocional en sus posesiones. El disfrute desmedido por las «cosas» puede originar una compulsión por las compras.
- Necesidad extrema de controlar sus posesiones, de protegerlas. Se sienten violados en su intimidad si «sus tesoros» son tocados por otros.
Cuando la necesidad de acaparar o acumular es sumamente extrema, nos encontramos con personas que padecen el «síndrome de Diógenes», que se da frecuentemente entre ancianos que acumulan toneladas de basura, llegando a morir en soledad y en condiciones deplorables.
Desembarazarnos de las cosas que no usamos puede ser incluso terapéutico. De hecho, en muchas ocasiones, cuando pasamos una crisis, una reacción típica es tirar cosas, sacar trastos o prendas de los armarios, revisar, como si lo que tiramos representara simbólicamente lo malo, negativo o inútil de nuestra vida. Es muy purificador limpiar y quitarse de en medio cosas inútiles.
Recordemos que, si algo ha estado guardado durante años y no lo hemos usado, está claro que no se necesita. Tenemos que dar y reciclar más. Otras personas pueden necesitarlo. Nada de lo que tenemos en este mundo nos lo vamos a llevar al más allá, de modo que sería bueno que recordásemos unos versos de Antonio Machado: «Y cuando llegue el día del último viaje,/y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,/me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,/casi desnudo, como los hijos de la mar».
P. H.
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