Neorrurales: cambiar de vida a cualquier edad
Cada vez más personas deciden abandonar la gran ciudad y organizar su vida en el mundo rural. Gracias al ordenador y a Internet, muchas siguen ejerciendo sus antiguas profesiones y continúan estrechamente conectados con el mundo. Lo más sorprendente: muchos de ellos han dado ese giro a su vida después de cumplir los cincuenta años. Los llaman los «neorrurales».
CONTENIDO:
? Recomendaciones de los expertos para vivir en el medio rural
? «No hay zonas rurales sin futuro, hay zonas rurales sin proyectos»
Antonio Romo, 65 años. Pilar Hernández, 57 años. Con 4 hijos de entre 36 y 28 años (Pilar, Enrique, José Antonio y Víctor), esta pareja decidió cambiar su vida hace apenas 3 años. Abandonaron Salamanca, la ciudad donde residían, para poner en marcha dos casas rurales, «La Casona del Collado» y «La Celinda», ambas en Hoyos de Collado (Ávila), en plena sierra de Gredos. «Tras la jubilación anticipada de Antonio, los dos trabajamos los 5 últimos años en nuestra tienda de corsetería, pero no estábamos satisfechos; no nos gustaba la idea de trabajar encerrados», cuenta Pilar. «El hecho es que los fines de semana los pasábamos en nuestra casita de Hoyos. Llegó un momento en que decidimos ampliar la casa y, cuando acabó la obra, pensamos que podía funcionar como casa rural.
Maduramos la idea, que nos gustaba a los dos, y decidimos llevarla a la práctica. Fue una forma de buscar nuestra independencia económica y, a la vez, de adoptar un estilo de vida que nos gusta». Pilar y Antonio habían oído hablar de los programas Leader, por lo que acudieron a Asider (Asociación Intermunicipal para el Desarrollo Rural de la Comarca Barco-Ouedraguta-Gredos) y allí les informaron de las ayudas que podían recibir. «Los vecinos nos acogieron estupendamente y, como el pueblo tiene pocos habitantes, están encantados de ver que llega gente con nuevas ideas». Antonio y Pilar no dudan en animar a los que desean cambiar de vida y no se deciden. «La vida en un piso de una ciudad no es la idea que teníamos para nuestro futuro. No es cuestión de dinero; a estas alturas de la vida sabes que lo importante es sentirte mejor contigo mismo, trabajando y disfrutando al mismo tiempo».
Carlos Alonso, 51 años, casado y con una hija, lo abandonó todo -su trabajo en el mundo del cine, la escritura de guiones, las prisas y el estrés de las calles de Madrid- para instalarse en Pozancos, un pueblo próximo a Sigüenza, de tan solo 15 habitantes, y donde acaba la carretera. Allí, podría considerarse como una persona anónima, pero se ha convertido en un ceramista de renombre, actividad que comparte con su mujer María. «Ser ceramista se lo debo al campo y a haberme planteado una pregunta: ¿Qué puedo hacer aquí y ahora?». La respuesta a esa pregunta puede verse hoy plasmada en el metro en Madrid, concretamente en los fantásticos murales que Carlos ha creado para las estaciones del Campo de las Naciones, en Barajas pueblo, y, próximamente, en Juan de la Cierva (Getafe). «Escogimos este pueblo por azar», cuenta María. «Carlos tenía un curioso cuaderno de viaje, en el que anotaba las características de cada pueblo, sus conversaciones con los alcaldes, con los vecinos. Un día, pensamos en la posibilidad de comprar una casa, por lo que valoramos el temperamento de las gentes de cada lugar, y cómo nos acogían. Nos decidimos por Pozancos.
Llevamos 23 años viviendo aquí». Para Carlos, la vida en el campo supone una transformación: «Son nuevas experiencias, que nada tienen que ver con la vida vertiginosa de las ciudades». Para que funcione, es clave que la familia se sienta a gusto, no renegar del nuevo trabajo, llevarse bien con los nuevos vecinos... Pero sobre todo empezar la vida de nuevo exige ser joven de espíritu. El cambio de vida rejuvenece».
Luis Sardá de Abreu, 42 años, casado y con dos hijas de 15 y 17 años, ha cambiado la sofisticación de Ginebra y Nueva York por los caminos de Ures (Guadalajara), un valle habitado durante el invierno por tan solo dos familias. Diseñador de espacios, ha conseguido mantener su actividad en pleno medio rural, pues las nuevas tecnologías le permiten trabajar desde casa. Internet y el correo electrónico le han permitido continuar en contacto con sus clientes de Madrid, Berlín, la UNESCO, con los organizadores de exposiciones itinerantes... A pesar de que mantiene ese cordón umbilical, declara que no le hubiese importado dejar el diseño por otro proyecto, con tal de que le hubiera permitido vivir en el campo. Tal como afirma Carlos y corrobora su mujer: «Ha sido una apuesta muy fuerte, porque no sabíamos cual iba a ser el resultado, pero mereció la pena el riesgo que corrimos. Escogimos esta zona porque teníamos una casa en la que veraneábamos y ya conocíamos el lugar. Yo recomendaría la experiencia a personas de cualquier edad, tanto a las que quieren cambiar de actividad como a las que prefieren seguir desempeñando su trabajo desde lejos, lo que hoy es posible gracias a las nuevas tecnologías. Por supuesto que el alejamiento supone incomodidades en ocasiones, pero a la vez, cuando vives en el campo, no tienes tantos condicionantes, sobre todo es una vida a otro ritmo, sin prisas ni estrés». Luis considera especialmente importante el vínculo que se crea con los vecinos. «En Nueva York jamás saludaba a mis vecinos en el ascensor ni cruzaba palabra con ellos. Aquí eres parte de una comunidad, estás más involucrado en todo lo que te rodea. Por supuesto, antes de tomar una decisión como ésta, hay que estar muy seguro de lo que se quiere.
Juan Ramón Vidal Capón, 50 años, dejó las emociones del periodismo y los viajes de aventura por todo el mundo para trasladarse al pequeño pueblo de Ures con su mujer y sus hijos. En Ures, no lejos de Luis Sardá, ha montado una empresa agrícola, DinKesol del Valle, S.L., dedicada al cultivo y la comercialización de la espelta. «Aunque poco conocida en España, la espelta es un cereal muy popular en Alemania», explica Juan Ramón. «Mi mujer, Bárbara, es alemana, y había crecido con ese cereal en su dieta. Como conocía sus propiedades, quería que también formara parte de la alimentación de sus hijos. El caso es que trajimos de allí los primeros granos, y los plantamos en nuestra huerta. Luego, escogimos la zona pensando también en un lugar para que el caballo de Bárbara tuviese un sitio donde estar». Juan no careció de apoyos para poner en marcha su idea. «Hoy, existen subvenciones de las instituciones para los proyectos rurales. Ya nos han ofrecido ayudas del programa Leader». El sueño de Juan es un valle cultivado con prácticas no agresivas para el medio ambiente, y lo está consiguiendo. Recomienda su experiencia a todo el mundo. Incluso dice que en el medio rural no hay paro; «solo necesitas tener una idea y realizarla».
Pilar Quiroga
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