TRASTERO
Trastero: Tirar o no tirar… ¡He aquí la cuestión!
La era consumista actual favorece la fiebre de comprar, lo que aumenta exponencialmente el volumen de nuestras pertenencias. Los trasteros sirven de desahogo para quitar cosas de en medio, pero, como da pena tirar, al mismo tiempo se convierten en ese lugar donde seguir guardando más y más objetos que no se usan y que terminan siendo inservibles.
¿Cuál es la razón de este comportamiento que nos impide deshacernos de algo, como si se quedase adherido a nuestras vidas para siempre?
Una de las causas tiene que ver con el excesivo valor que atribuimos a las cosas. Puede ser un valor sentimental, como Mario (59 años), que guardó todas sus zapatillas de deporte desde la infancia. Llegó a acumular noventa pares de zapatillas usadas porque le recordaban sus éxitos en baloncesto. Julián (51 años) heredó unos muebles viejos de sus tíos que no sabe dónde meter, pero los guarda y traslada de un domicilio a otro. Asegura que, si se deshace de ellos, se siente desleal.
También podemos atribuirles un valor de utilidad: «Todo puede ser útil en otro momento». Josefa (49 años) tiene cajas y cajas de botones pasados de moda, insuficientes y descabalados, pero da igual. El «por si acaso» es su razón de peso para atesorarlos. Y, cuando a los objetos se les atribuye un valor sentimental y de utilidad, se dan casos como el de Dolores (59 años), que tiene una habitación de más de 40 m2 en la que almacena toda su ropa, la de sus hermanos, hijos y demás parientes ¡desde que eran pequeños! Hay toneladas de ropa, pero la idea que circula por su cabeza es: «Seguro que puede valer en algún momento. Además... ¡cómo voy a tirar la bata de mamá!».
En general el ser humano es conservador, tiende a mirar al futuro y cree poder predecir posibles situaciones negativas; necesita tener el control y prevenir cualquier eventualidad, lo que es normal y positivo hasta cierto punto. La necesidad de prever algo catastrófico nos impulsa a seguir conductas de acumulación, normalmente fuera de toda realidad. Se tienen pensamientos como: «Hay que guardar por si falta algún día». «Hay que acumular comida por si hay una guerra», etc. Para otras personas, la conducta de «acaparar» es un esfuerzo perfeccionista de control. Julia (60 años) es arquitecta. Guarda revistas profesionales. Recibe cientos de ejemplares al año de diferentes publicaciones. Está convencida de que contienen información que le va a ser útil en su trabajo, lo que la ayuda a sentirse segura ante los demás, porque puede dominar conocimientos de vanguardia. Pero la realidad se impone y es imposible que pueda leerlas todas. Al final, tiene cientos de revistas que no ha leído. En otras personas, además de la necesidad de control, se suma el valor sentimental, como le ocurre a Susana (50 años), que almacena todos los periódicos y revistas para estar al día y, como valora mucho el esfuerzo que supone escribir, le da pena tirar esas «obras de arte».
No es lo mismo acaparar cosas indiscriminadamente que coleccionar
El coleccionista ordenado tiene la sensación de «poder» cuando consigue tenerlo «todo» sobre un tema o varios. No es importante tener unos sellos, por ejemplo, lo importante es «tenerlos todos». Las colecciones perfectas son el anhelo principal. No puede faltar nada, hasta el punto de que completar una colección puede convertirse en una obsesión que impide el desarrollo de otras funciones y, de este modo, una actitud para entretenerse puede volverse patológica. Hay también coleccionistas poco tenaces, caprichosos, que se entusiasman con algo que nunca terminan.
Cuando la necesidad de coleccionar y clasificar cosas comienza a dominar la vida cotidiana y las colecciones llegan a ser tan enormes que se sacrifica espacio vital de la casa para darles cabida, la persona vive atrapada en un trastorno obsesivo-compulsivo.
Irene (58 años) está casada con un «acumulador». Su marido eligió un piso de 200 m2, que tenía muchos armarios, ideal para guardar sus periódicos y revistas. Llegó un momento en que no había sitio para nada ni nadie y su casa se había convertido en un lugar inhabitable.
Ordenados y desordenados
Los ordenados se pasan la vida colocando y estructurando modos eficaces de archivo. Son personas pulcras y dedicadas por completo al cuidado de su tesoro. José Andrés (54 años) tiene una colección de vídeos impresionante. Ha organizado una estantería enorme donde clasifica las películas por géneros, por directores, por antigüedad. Poseía una base de datos con la que controlaba más de mil títulos. Hacía igual con sus libros, sellos, monedas, periódicos. Sentía placer con sus colecciones y cierta sensación de ser especial por poseer cosas que pocas personas tienen. Además, reflejaban su poder adquisitivo.
Los desordenados sienten más placer por el hecho de tener que por el de ser perfeccionista. En ocasiones, presentan una actitud descuidada, saben que tienen que ordenar, pero no hay tiempo o no hay ganas. Les gusta tener todo a la vista para saber dónde están sus cosas. Por esta razón no guardan nada, temen olvidar dónde están sus posesiones. Con la edad, estas personas pueden desarrollar un comportamiento patológico que, más que hacerles sufrir a ellos, afecta a las personas que los rodean.
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