Al teatro con Los Goliardos
Resulta sorprendente, y alentador, el enorme auge que tuvieron, a partir de los años 60, aquellos grupos de teatro independiente que nacieron al abrigo de la extraordinaria inquietud cultural que había aquella época. Posiblemente, sintetizaban una buena manera de intentar expresar y sentir sobre un escenario lo que fuera de él resultaba imposible.
Entre esos grupos emergentes, sin duda uno de los más interesantes, prolíficos y activos era Los Goliardos, una compañía de teatro universitario de cámara que comenzó su andadura, allá por 1964, de la mano del gran director escénico Ángel Facio. Desde sus primeros pasos, Los Goliardos fue como una bocanada de aire fresco, que nos descubría obras dramáticas que hasta entonces desconocíamos y que, de alguna forma, nos ayudaban a traspasar la rígida frontera que nos rodeaba entonces.
Ya su primer montaje, El otro, de Miguel de Unamuno, fue toda una declaración de intenciones. A este siguieron otros igualmente apasionantes y reveladores, como La hipótesis, de Robert Pinget; Tres monólogos, de Chejov; Ceremonia de un negro asesinado, de Fernando Arrabal; Strip-tease, de Slawomir Mro?ek; Historias del desdichado Juan de Buenalma, de Lope de Rueda, y La boda de los pequeños burgueses, de Bertold Brecht, probablemente su montaje más celebrado, que nos acercaban a autores de los que solo habíamos oído hablar vagamente.
Por supuesto, durante primera y fructífera etapa teatral, hasta 1975, Los Goliardo obtuvo un éxito popular extraordinario y estuvo presente en infinidad de festivales internacionales. Además, por la compañía desfilaron grades actores, como Carmen Maura, Santiago Ramos, Juan José Otegui, Paco Algora o Félix Rotaeta, además de grandes personalidades de la cultura, como los directores José Luis García Sánchez y Pedro Almodóvar; la soprano Esperanza Abad; la cantautora Ana María Drack, y el prestigioso crítico Ángel Fernández Santos.
Como por arte de birlibirloque, en 2011 Los Goliardos volvió a asomar la cabeza, con el montaje Moscú Cercanías, de Vendedikt Erofeiev, pero ya ni los tiempos, ni la necesidad, ni la inquietud cultural eran la misma.
[José Molina]
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