Una tarde en los 'billares'
Desde luego, recursos no nos faltaban para divertirnos cuando éramos pequeños: ir la cine, jugar al fútbol, a las chapas, a la lima o a las canicas, cambiar cromos o tebeos... Pero, cuando podíamos y la paga de la semana daba para ello, de vez en cuando los sábados por la tarde nos gustaba ir a los "billares", como así los llamábamos; o sea, a ese local de "juegos recreativos", como oficialmente debía llamarse, que no faltaba en ningún barrio que se preciase.
Les decíamos "billares", sí, pero a lo que de verdad nos gustaba ir era a jugar al futbolín, que lo de darle a unas bolas con un palo era solo cosa de adolescentes con aspiraciones a ser jóvenes de espíritu rebelde o de jóvenes con deseos de ser adultos de pelo en pecho.
En fin, fuera lo que fuese, lo que a nosotros de verdad nos gustaba era competir en el futbolín, viviendo además los colores de tu equipo favorito, generalmente el Atlético de Madrid y el Real Madrid, que, al parecer, era el modelo estándar que había en los futbolines de mi barrio.
Así, con cinco pesetas la partida, nos pasábamos la tarde dándole a la manivela para tratar de golpear una pelota de madera con aquel simulacro de jugadores de fútbol, atravesados por una barra como si fueran pinchitos morunos. ¡Y vaya si lo pasábamos bien! ¡Qué emoción, por Dios! ¡Y qué saltos y qué gritos! Pero si parecía que estábamos en el mismísimo Bernabéu o en el Manzanares, como con buen criterio se llamaba entonces el estadio Vicente Calderón. Por no faltar no faltaban ni discusiones: que si es mejor que vayas de portero, que si no se puede darle a la pelota haciendo girar la manivela, que si saco yo la pelota... ¡Si hasta teníamos nuestras propias reglas aún no reconocidas por la UEFA!
Una pasada, desde luego, aquellas inolvidables tardes de sábado en los billares, en los que, casi sin querer, nos fuimos haciendo mayores, y algunos hasta convertidos en adolescentes con espíritu rebelde y sueños aún por cumplir.
[José Molina]
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