Un torneo llamado Wimbledon
Desde hace ya unos cuantos años, especialmente después de los triunfos de Conchita Martínez (1994) y Rafa Nadal (2008 y 2010), el torneo de tenis de Wimbledon, que estos días se sigue disputando en Londres, nos resulta bastante familiar. Hay incluso quienes empiezan a tomarle casi tanto cariño como al de Roland Garros, que es el que más cerca nos pilla y el que mayor gloria les ha dado a los tenistas españoles.
Durante largo tiempo, sin embargo, este campeonato británico nos resultaba como de otro mundo. ¿Cómo era posible -nos preguntábamos a principios de los 60- que pudiera jugarse al tenis sobre hierba, cuando en el Retiro madrileño no nos dejaban ni pisarla? ¿Y la bola podía botar bien en un superficie tan irregular como esta? Nos sonaba todo a cuento de ficción, más aún cuando, de repente, un día nos enteramos de que una tal Lilí Álvarez, una tenista española casi de la época del cine mudo, ¡había sido finalista del torneo en 1926, 1927 y 1928! Lo dicho, de película.
Eso sí, luego llegó nuestro "Supermanuel", o sea, Manuel Santana, el ídolo nacional de aquellos años, y, como el que no quiere la cosa, en 1966 ganó en Wimbledon, lo que seguramente no se esperaba ni él. Pues la verdad es que, por un momento, nos chafó la idea que teníamos del campeonato, aunque el sueño tardó poco en diluirse. Y es que, por las referencias anteriores que teníamos, y que luego confirmaríamos con rotundidad, lo de Wimbledon estaba hecho a medida para los tenistas australianos, y para algún estadounidense despistado que, de vez en cuando, se colaba de rondón. La prueba era irrefutable: entre 1956 y 1971, los únicos que habían logrado ganar el torneo eran los australianos Lew Hoad, Ashley Cooper, Neale Fraser y unos tales Roy Emerson y John Newcombe, que por lo visto jugaban de fábula al tenis y sobre hierba ya hasta abusaban de los demás. Bueno, entre tanta victoria australiana, se habían hecho un hueco los estadounidenses Alex Olmedo y Chuck McKinley, que posiblemente eran como la avanzadilla de lo que luego armarían sus paisanos, ya en los 70, 80 y 90, con permiso de la armada sueca, con un tal Björn Borg al frente.
Y así hasta hoy día, en que seguimos con enorme interés el desarrollo de este gran torneo de Grand Slam, que no deja de sorprendernos por su pulcritud y el extraordinario cuidado que tiene por conservar, incluso en la vestimenta de los jugadores, sus tradiciones casi desde la celebración del primer torneo de Wimbledon, allá por 1877.
[José Molina]
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