Chuches que saben a infancia
Con la paga de la semana nos íbamos todos al quiosco de la Mari, estaba al final de la calle y ¡tenía de todo! Mi madre me daba dinero para que me comprase pastillas de leche de burra que decían que eran buenas para la salud, pero a mi lo que más me gustaba era el Palulú, el regaliz de palo que ya sólo lo encuentro en herbolarios. Duraba días, cuando no querías más lo dejabas metido en agua hasta el día siguiente que seguía teniendo el mismo sabor.
¡Lo que daba de si un peseta! podías elegir entre una infinidad de cosas: un palote, que aún existen hoy en día, un chupa chups, sardinas en lata de chocolate, conguitos y hasta cigarrillos de chocolate para imitar a los más mayores.
Si te decían que eligieras un chicle, todos preferíamos BAZOKA ¡el chicle más grande que he conocido! Eran como varios discos superpuestos de color rosa, y valiente era el que se lo metía entero en la boca de una vez, se quedaba sin poder hablar durante un buen rato. Normalmente lo compartíamos, uno daba un mordisco, otra otro... y así nos pasábamos las tardes.
[José Molina]
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