Las inalcanzables Maderas de Oriente
Al entrar en nuestro pequeño baño los ojos se nos iban a la balda de cristal en la que se apilaban los polvos compactos de mi madre, el desodorante en barra de Tulipán negro con su envase verde puñeta con las letras en negro y el frasco de colonia de mi abuela, semivacío siempre. El que más nos gustaba era el de mi abuela: Maderas de Oriente de Myrurgia , y no especialmente por su olor sino por lo que contenía en su interior.
Cada frasquito tenía dentro tres maderitas atadas (tres, dos o cuatro no recuerdo exactamente) y nuestro objetivo primordial, el de mis hermanos y el mío, era sacar las maderitas del frasco ¡costase lo que costase! Y costó, costó litros y litros de perfume y muchas regañinas de mi abuela que desesperada no sabía dónde esconder los frascos. Sin embargo, ahí seguíamos, fieles en nuestro empeño, era todo una planificación milimétricamente estudiada, nada podía salir mal, con el bote cerrado colocábamos las maderitas en el agujero y una vez preparados, abríamos el tapón... pero lo único que salía era el perfume, una y otra vez, las maderitas se quedaban solitarias dentro .
Nadie nos dijo nunca que era como sacar un barco de una botella, así que así crecimos con ese olor impregnado por todas partes que lejos de producirte placer te daba dolor de cabeza. Aún hoy puedo cerrar los ojos y recordar a mi abuela y sus perfumes.
*Agradecimientos a Consuelo.
[Ana San Román]
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