'Pon una disco, Pepe'

No me digáis que no era un gustazo entrar a una cafetería o a un bar y, si te apetecía, ponerte una canción para levantar el ánimo o simplemente tratar de conquistar a la chica que iba contigo. Para ello, no hacía falta llevar un Mp4 o incluso una cinta de casete. No, basta con tener unas pesetas sueltas y, en la vitrola que había en el local, o sea, en la máquina de música, y seleccionar uno de los muchos discos que había a disposición del cliente. Así que lo mismo se podía escoger el último éxito de Los Brincos, de Karina, de Nino Bravo o de los Rollings Stones, que en surtido de música la maquina andaba siempre bastante nutrida, y ¡a la última!

Además, era una delicia ver cómo, nada más echar la moneda, el disco pequeño de vinilo se iba poniendo en marcha, colocándose en el lugar precioso para que comenzara a sonar. ¡Qué tecnología punta la de aquellas preciosas vitrolas que invadían los bares de este país, y que, de alguna manera, ponían banda sonora a nuestra vida cotidiana!

Bueno, y que conste que no hablo de aquellas relucientes y llamativas "Jukebox" que a menudo aparecían en las películas estadounidenses, generalmente instaladas en una cafetería de carretera en la que lo más consumido era una taza de café y una hamburguesa bien condimentada con un par de huevos fritos y un poco de bacon. Para nada, hablo de las auténticas máquinas "made in Spain", de esas llenas de cartelitos con los títulos de las canciones, con un montón de botones para realizar la selección deseada y un diseño que no destacaba precisamente por su colorido y resplandor, como las antes referidas "Jukebox".

Pero qué más daba. Lo importante era poder escuchar una canción y saborearla, solo o en compañía, mientras degustabas un exquisito vermú con sifón, un botellín de Mahou o un vaso de tinto con gaseosa, que todo servía para apagar la sed, incluso el tema que primorosamente se escuchaba a través de la máquina de música.