Cines de estreno

En cuestión de salas de cine, básicamente solo había de dos tipos: las de barrio, o sea, las que teníamos cerca de casa y a las que íbamos para disfrutar de aquellas maravillosas sesiones doble (a las que es obligado dedicar un capítulo aparte), y las de estreno, que, por lo general, se encontraban en el centro de las ciudades, y que solo ocasionalmente pisábamos, por precio y por distancia, que eran razones más que suficientes y necesarias.

Ahora bien, tanto si entrábamos como si no en estas últimas, siempre que pasábamos delante de ellas nos parecían auténticos templos del cine, dentro de los cuales cada tarde acontecía algo extraordinario. Y es que bastaba solo con ver, colgados en sus fachadas, aquellos impresionantes carteles que anunciaban las películas que en aquel momento se exhibían para comprobar que, en efecto, aquello era otro mundo, en el que era posible vivir aventuras apasionantes.

Ni que decir tiene que era difícil no sentirse atrapado contemplando aquellos carteles, y no solo por las enormes dimensiones que tenían, sino también por lo maravillosamente bien que estaban realizados. Muchos de ellos eran verdaderas obras de arte, detrás de las cuales estaban el talento creativo de grandes cartelistas españoles de la época, como José Peris Aragó, Manuel Velasco o Jano, entre otros muchos, a los que hay también hay que agradecer que el cine nos fascinara tanto.

Pues sí, los carteles de películas que lucían en sus fachadas los cines de estreno eran una de las razones por las que nos seducían tanto. ¡Ah!, y si a lo atractivo del cartel se añadía el letrero de "3.º, 4.º, 5.º o 6.º mes", o sea, que la película llevaba meses exhibiéndose, ya no había excusa para no ahorrar unas pesetillas y, en cuanto se pudiera, darse el gustazo de ir a un cine de estreno, que era uno de los mayores placeres de los que podíamos disfrutar entonces.