El Cinerama, 'Una de las maravillas del mundo'

En diciembre de 1958 se estrenó en el entonces cine Albéniz de Madrid y en el Teatro Nuevo de Barcelona un revolucionario formato cinematográfico que se conocía como "Cinerama". Básicamente, esta nueva maravilla tecnológica, que intentaba darle un mayor aliciente al cine con el fin de combatir la feroz competencia de la televisión, consistía en rodar las películas simultáneamente con tres cámaras de 35 mm y, luego, proyectarlas también con tres cámaras a la vez sobre una pantalla gigantesca, lo que conseguía que las imágenes resultaran realmente espectaculares. El único problema, según parecía, es que se notaban ligeramente las líneas que separaban las tres proyecciones, aunque probablemente esto fue solo un mal menor comparado con lo que luego acontecería.

El invento ya había echado a andar unos cuantos años antes en Estados Unidos, pero, como era habitual entonces con tantas cosas, nos llegó algo tarde. Pero, a pesar de la tardanza, la espera mereció la pena, sobre todo cuando por primera vez entramos a una de esas salas para ver una película de semejantes características.

A pesar de que muchas capitales españolas ya contaban, en aquella época, con salas de cine bastante apañadas, por no decir, extraordinarias, lo de del Cinerama fue punto y aparte. En este sentido, en mi caso, debo decir que simplemente aluciné cuando fui al cine Albéniz con mis padres para ver La conquista del Oeste, un western gigantesco, como la propia pantalla en la que se proyectó durante más de una año, en concreto desde abril de 1963 hasta enero de 1966.

¡Qué locura! Indios, vaqueros, caravanas de colonos, soldados del ejército, paisajes, caballos... en cantidades industriales y en dimensiones descomunales. Nunca había visto algo igual ni pensaba que pudiera volver a verlo en toda mi vida, salvo en mi segunda incursión al apasionante mundo del Cinerama para ver La historia más grande jamás contada, otra descomunal película que narraba en tono apocalíptico la vida de Jesucristo.

Aquella fue, desde luego, otra inolvidable experiencia, aunque ya la sorpresa no había sido tanta. Lo que sí nos dejó a muchos completamente helados fue saber que el Cinerama pasaba a mejor vida. Y no porque hubiera dejado de ser espectacular, sino porque los costes de rodaje y proyección eran tan altos, que eran difícil soportarlos si las salas no se llenaban diariamente de espectadores. En fin, como ha sucedido con tantos otros inventos que parecían eternos. Y si no, que se lo digan a los cines Imax o, quién sabe, si mañana también habrá que decírselo a las películas en 3D. Y es que hasta lo espectacular se nos acaba quedando pequeño.