Aprendiendo a regar
Consejos para regar tus plantas correctamente
Proporcionar a cada planta la cantidad de agua más adecuada es todo un aprendizaje que se adquiere poco a poco a base de observación y paciencia.
Cómo y cuándo regar
Todos sabemos que las plantas necesitan agua, aunque mucha menos de lo que la mayoría de la gente piensa. La cantidad de agua necesaria varía a lo largo del año, ya que no depende solo de las características propias de cada especie sino de factores climáticos y ambientales, como temperatura, humedad, viento y luminosidad, así como de la composición y profundidad del suelo. Las plantas habituadas a un régimen más seco desarrollan un sistema radicular profundo y ramificado en busca de la humedad acumulada en las capas bajas del suelo. Las que reciben agua a diario se vuelven débiles y vulnerables. De hecho, la mayoría de las plantas ornamentales muere antes por exceso de agua que por carecer de ella.
Al ser tantos los factores que hay que tener en cuenta, es imposible establecer reglas fijas respecto a la frecuencia y el caudal de riego. Sin embargo, hay una serie de pautas que conviene conocer porque tienen una importancia decisiva a la hora de establecer el régimen más adecuado:
- Es preferible regar pocas veces pero en profundidad.
- En invierno se debe regar por la mañana para que el agua no se hiele sobre la planta. En verano es mejor hacerlo tras la puesta de sol: la temperatura es más fresca y la evaporación, menor.
- Las semillas y los ejemplares recién plantados, incluso los de especies resistentes a la sequía, necesitan humedad constante durante el primer año.
- Durante la canícula estival, muchas plantas ralentizan su actividad y entran en una especie de letargo y, por tanto, son capaces de sobrevivir con poca agua.
- De forma general puede decirse que en pleno verano el césped necesita riego diario; las plantas herbáceas (anuales, bienales y vivaces), cada dos días; y los árboles y arbustos, un par de veces en semana.
Riego automático
Este tipo de riego ofrece dos grandes ventajas: se puede programar y, si está bien calculado, permite ahorrar agua. En la actualidad, hay tres sistemas: aspersión, goteo y exudación; su eficacia depende también de tres factores principales: la composición del suelo, el trazado del jardín y el tipo de plantas que hay en él: hierba, árboles, hortalizas, etc. Para las ornamentales se recomienda la utilización de micro-aspersores, un sistema muy efectivo en los suelos de tipo arcilloso, predominante en los climas muy secos. Con la microaspersión, el agua sale muy tamizada a través de agujeros minúsculos y cae suavemente empapando poco a poco la tierra endurecida a causa del calor, en vez de escurrir sobre ella arrastrando de paso parte de sus nutrientes. En cambio, para un huerto donde el suelo estará más mullido y trabajado, son más recomendables los sistemas de exudación o goteo.
La instalación de estos sistemas está al alcance de cualquiera ya que consiste en ensamblar una serie de tuberías y aspersores que encajan entre sí como las piezas de un mecano. Antes se debe diseñar el recorrido sobre un plano del jardín y calcular el radio de acción de cada elemento para distribuirlos de forma que no se solapen. Para ello, es imprescindible conocer el caudal y la presión del agua disponible en la parcela.
Las macetas y jardineras
Son un elemento clásico de la jardinería mediterránea y un complemento casi imprescindible en la decoración de interiores. Es verdad que hay que regarlas con frecuencia, pero no tiene por qué suponer un derroche si lo hacemos aprovechando parte del agua que hemos dedicado a otros usos. Por ejemplo:
- El agua que queda en los vasos al terminar las comidas.
- La que se ha utilizado para lavar frutas y hortalizas.
- El agua de cocer verduras o hacer huevos duros, siempre que no se le haya añadido sal, y una vez fría.
- El té sobrante, también frío
- El agua del acuario o la pecera, rica en sales minerales.
Cuatro consejos para incrementar la efectividad de cualquier sistema de riego:
- Acolchar el suelo con una capa de entre 7 y 10 cm de espesor de abono orgánico o turba enriquecida, que reducirá decisivamente las pérdidas de agua debidas a la evaporación.
- Crear zonas de sombra con árboles, pérgolas y emparrados. La alternancia de especies perennes y caducas actúa como un termostato natural: en invierno las plantas que han perdido la hoja permiten que la luz y el calor del sol lleguen a todos los rincones.
- Atenuar la acción del viento con una barrera de árboles y arbustos que contribuya a aislar el jardín y a mantener un microclima más húmedo.
- Aprovechar el agua de lluvia, que, además, es la más beneficiosa. Si el jardín dispone de riego automático, desconectarlo cuando llueva y sacar fuera las plantas que tengamos en casa.
Texto y fotos: Pilar Gómez-Centurión
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