Lanzarote, tierra de volcanes
Esta isla, de tierra negra salpicada de pueblos blancos, resulta mágica, inquietante. el paisaje casi lunar y el viento, que la acaricia misteriosamente, le confieren una belleza única. su originalidad es irresistible.
Lanzarote es un paisaje en horizontal. Lo primero que llama la atención es la escasez de árboles. Sus negros suelos volcánicos son los verdaderos protagonistas de una acuarela que construye formas vivas y tonos contrapuestos, dotando de una belleza singular a la isla. Pero Lanzarote también es luz y color. Sus pueblecitos blancos y su litoral de azul intenso nos descubren una isla afortunada llena de vida y alegría.
Muchos dicen que esta isla es la más hermosa de las siete que forman el archipiélago canario, y lo cierto es que sus volcanes dormidos conviven, en perfecta armonía, con un mar abierto, y con una arquitectura empeñada en preservar los atractivos naturales. La isla tiene mucho que agradecer a César Manrique, pintor, escultor, urbanista, paisajista... local que se alió con la naturaleza y que toda su vida luchó por conseguir que el desarrollo turístico de Lanzarote la respetara. Tal vez por ello, la isla conserva una armonía desusada. Parece que estamos en otro mundo...
Lo mismo debió de pensar el marino genovés Lanzarotto Marocello, que, según parece, dio su nombre a la isla a principios del siglo XIV. Eran aquellos otros tiempos, pero pronto surgió la rivalidad con la Corona de Castilla, que la conquistó para sus dominios en 1402. Poco a poco, los castellanos fueron conquistando otras islas canarias, por lo que abandonaron Lanzarote. De todos modos, el origen del nombre de la isla es confuso, y hay quienes lo atribuyen al caballero normando Juan de Bethencourt, señor de Canarias bajo la corona de Enrique III de Castilla, quien triunfalmente rompió su lanza en pedazos cuando llegó a Lanzarote, y declaró: «Lanza rota». Pero la historia es bastante inverosímil ya que Bethencourt debería de haber hablado el antiguo francés normando y no el castellano moderno.
Paisaje lunar
Lanzarote es tierra de volcanes. Su historia cuenta que en 1730 se desencadenó una gran erupción que creó el macizo montañoso de las Montañas de Fuego y dejó sumergida buena parte de la isla durante varios años en un mar de lava. A lo largo de los años, los volcanes no han dejado de entrar en erupción, sepultando pueblos y cultivos, y creando vastas zonas de aspecto lunar en las que hay casi un centenar de cráteres.
No es fácil ver algún tipo de vegetación en Lanzarote, por lo que llama todavía más la atención ver a algunos agricultores cómo se afanan en cultivar vides sobre los suelos de lava de La Geria. Protegen las plantas con una capa de lapillo que retiene la humedad y luego las rodean con un muro semicircular de piedra que las protege del viento. Gracias a estos trabajos, podemos beber su aromático vino blanco denominado Malvasía.
Arrecife, su capital
La tenacidad y la tranquilidad del campesino lanzaroteño, que hace su vida en el interior de la isla, contrasta con el dinamismo de las zonas costeras, especialmente Arrecife. La capital de la isla es una pequeña ciudad marinera que posee un ambiente bullicioso y divertido. Fue construida en una costa de arrecifes y surgió a partir de un primer puerto, en el que se abastecían las naves de los primeros colonizadores, a finales del siglo XV.
En 1547, se empezó a construir el castillo de San Gabriel para defender Arrecife de las incursiones de los piratas. El castillo se edificó en un islote y se unía a la ciudad por un puente levadizo. Además, también se puede visitar el castillo de San José, levantado en el siglo XVIII para potenciar el desarrollo comercial de la zona y que hoy alberga el Museo Internacional de Arte Contemporáneo, en cuya decoración intervino decisivamente César Manrique.
Arrecife también muestra otros atractivos, como la iglesia parroquial de San Ginés, que cuenta con una estupenda pinacoteca con más de 300 obras de arte. Fundada en 1798, es un sencillo templo que acoge gran número de ofrendas y exvotos de navegantes y pescadores. Pero Arrecife es mucho más. Se trata de una ciudad alegre, que respira una vitalidad impresionante, y en la cual es fácil ver a turistas y lugareños caminando tranquilamente y disfrutando de su paz y su clima paradisíacos en una terracita del paseo marítimo.
Caminando por la isla, es curioso ver, en el mismo paisaje, las cabras, las ovejas y los dromedarios, que se utilizan como animales de carga y que ponen un toque de exotismo en esta isla. Como Lanzarote no es muy grande, no supone mucha dificultad recorrerla de norte a sur. Solo hace falta tener bien abiertos los ojos para disfrutar de todas las maravillas que nos ofrece.
El pequeño caserío de Tahiche, donde vivió César Manrique, es una muestra de diseño vanguardista perfectamente adaptado al entorno. Sin embargo, sus líneas fantasiosas contrastan con las sencillas y tradicionales casas blancas cuajadas de flores de Haría. Este pintoresco pueblo, conocido como el valle de las 10 000 palmeras, es el punto de inicio de las excursiones que recorren el extremo norte de la isla, siguiendo una carretera que nos muestra las vistas de los acantilados desnudos de Famara y del Monte de la Corona.
Gastronomía autóctona
A cinco kilómetros al norte de Arrecife, se encuentra la señorial villa de Teguise. Se trata de la antigua capital de la isla, enclavada en el centro de la comarca vinícola de La Geria. Los vinos con denominación de origen de Malvasía ponen el toque perfecto a una gastronomía muy generosa.
Esencialmente marinera, la cocina de Lanzarote nos regala platos como el «sancocho», compuesto de cherne (pescado blanco) y «papas». Viejas, jareas, meros, lebranchos, pulpos y algunos otros cefalópodos son muy apreciados, aunque el verdadero tesoro de la cocina local es el potaje de «millo rolado» condimentado con carne de cerdo salada. El maíz sabe mejor cuando está aderezado con las típicas salsas canarias, como el mojo verde de cilantro y el mojo picón.
Caprichos de la naturaleza
El acantilado de los Riscos de Famara penetra en proa en el Atlántico y, debido a su interés estratégico, fue fortificado en el siglo XVII con una batería de artillería. Desde el Mirador del Río, construido al borde del acantilado, se disfrutan unas magníficas vistas de las pequeñas islas de la Graciosa, Montaña Clara y Alegranza.
A los pies del volcán Monte de la Corona, existe la mayor gruta submarina conocida del mundo, donde disfrutamos de dos de los curiosos alicientes de la isla: la Cueva de los Verdes y los Jameos del Agua. En estas galerías del subsuelo basáltico y volcánico, se refugiaban los guanches (palabra que significa hijo de Tenerife y hace alusión a los primeros pobladores de Canarias) de las incursiones de los piratas.
La hora que dura la visita por la Cueva de los Verdes es un auténtico deleite para nuestros ojos.
Recorremos varios pisos de las galerías de esta cueva, formadas por capas de magma fundido, para ver figuras fantasmagóricas, perfectamente iluminadas para parecerlo aún más. Pero si impresionante es esta cueva, no menos lo son los Jameos del Agua, que ofrecen fantásticos espectáculos nocturnos.
En los años 60, las grutas de los Jameos fueron ajardinadas y se creó un complejo dotado de restaurante, sala de fiestas y una piscina rodeada de palmeras, adelfas y cactus. Bajando una escalera, se llega al fondo de la cueva, donde permanece inalterable una laguna alimentada por agua de mar. Es impresionante ver cómo brillan los cangrejos blancos ciegos en la laguna, junto a la cual se ofrecen exhibiciones de bailes típicos.
Lanzarote deslumbra con las maravillas de sus tierras y de su litoral, ya que el mar dibuja auténticas bellezas naturales.
Junto al municipio de San Bartolomé, donde sopla el viento del Sahara, zonas de molinos y acequias nos van acercando a otros pueblos como Tías, Uga y Yaiza hasta que llegamos a Playa Blanca, un curioso reducto turístico que, sin embargo, conserva un ambiente familiar. Estrechas pistas de tierra unen unas playas con otras, playas que no tienen una gran afluencia y donde se puede descansar tranquilamente bajo el sol.
Timanfaya: fuego bajo la tierra
Junto a Playa Blanca, están las Salinas de Janubio, que son un antiguo cráter en el que se ha refugiado el mar formando un maravilloso contraste cromático. El blanco luminoso de las montañas de sal se funde con el intenso azul del lago. Pero los contrastes más bellos de colores, entre rojizos y grises, se ven en una de las mayores atracciones de Lanzarote: el Parque Nacional de Timanfaya.
Timanfaya, también conocido como las Montañas del Fuego, parece un paisaje apocalíptico. No existen grandes elevaciones, pero la orografía nos muestra su cara más accidentada. La infinita llanura de color negro queda salpicada por grandes bloques de lava solidificada, que hacen imposible circular fuera de la carretera de asfalto que recorre la llanura.
El silencio es impresionante. No se oye nada, parece que estamos en la época en la que la lava lo cubría todo. Las caravanas de dromedarios se sitúan en una pequeña explanada esperándonos para recorrer unas montañas en las que el fuego arde bajo la tierra. Solo hace falta que metamos una rama en una hendidura de 50 centímetros para que salga ardiendo o que echemos un poco de agua fría en una oquedad para que salga al exterior con gran fuerza como si fuera un géiser.
El Parque Nacional de Timanfaya cuenta, además, con una gran diversidad biológica con 180 especies de vegetales distintos. Desde el islote de Hilario se llevan a cabo recorridos por el corazón del parque. La música ameniza el recorrido entre los campos de lava, mostrando extraordinarias vistas de la región y los cráteres de las Montañas del Fuego, entre los que destaca el minúsculo cráter de la Tacita de Chocolate, que debe su nombre a su pequeño tamaño y al color de la lava que recubre sus paredes. Timanfaya es, pues, una visita obligada dentro de este viaje a Lanzarote, tierra de eterna primavera.
Cristina García Ramos
«Lo mejor de Canarias está más allá de los tópicos... que confunden y de los circuitos turísticos. En el mundo hay muchas costas como las de estas islas que ofrecen cielo azul, temperatura agradable, sol casi todos los días del año, buenos hoteles y ambiente grato. Pero pocos lugares brindan, además, al visitante tantas y tan variadas alternativas. Para disfrutarlas, el visitante de Canarias tiene que mostrarse inconformista y emprender iniciativas propias.
Las siete islas ofrecen una personalidad y un interés diferenciado que aconseja conocerlas poco a poco. Robarle unas horas al sol y al mar es suficiente en Tenerife para subir al Teide y sumergirse en uno de los paisajes más impresionantes que cabe imaginar. O recorrer la otra vertiente de la isla y adentrarse en la frondosidad de Las Mercedes y disfrutar del contraste entre el desierto seco y caluroso del sur y la exuberancia húmeda del norte.
Lo mismo podría decir de Gran Canaria, La Gomera, del Hierro, de la Palma, Lanzarote o Fuerteventura. Todas las islas, incluidos los paraísos inimaginables de Graciosa y Lobos.
Los canarios solemos decir que en nuestras islas no falta de nada. Hay que descubrirlas. Invito a que lo hagan. Merece la pena. Lo prometo».
Texto: Pedro Madera. Fotos: Heinz Hebeisen
Para muchos es la isla más hermosa del archipiélago, en la que conviven volcanes dormidos con el mar abierto
Lanzarote tiene mucho que agradecer a César Manrique, que toda su vida luchó por aunar el desarrollo turístico con el respeto a la naturaleza.
Arrecife, la capital de la isla es una pequeña ciudad marinera que posee un ambiente bullicioso. Visite los castillos de San Gabriel y San José y el Museo Internacional de Arte Contemporáneo
La Cueva de los Verdes y los Jameos del Agua son galerías del subsuelo basáltico y volcánico en las que se refugiaban los primeros pobladores canarios de las incursiones de los piratas
Una visita obligada es el Parque Nacional de Timanfaya, una infinita llanura de color negro, salpicada por grandes bloques de lava solidificada.
La isla tiene una extensión de viñedos superior a las 2 300 hectáreas, aunque la mayor parte se concentra en la famosa zona de La Geria. Además, los viñedos se plantan en zonas muy amplias, pues suele haber unas 500 cepas por hectárea, y constituyen uno de los paisajes más originales de la isla, al crecer en hoyos excavados en la lava que la cubre.
Sus famosos Malvasías son vinos envejecidos, ambarinos o dorados, aunque también los hay dulces o moscateles y, en los últimos años, están apareciendo blancos frescos. Las bodegas de Timanfaya y Vega de Yuco venden los vinos en sus mismas bodegas.
De compras
Puedes comprar a buen precio relojes, gafas, vinos, licores y aparatos eléctricos. También son muy típicas las mantelerías, la cerámica y las tiendas de ropa y deporte, especialmente de surf.
Direcciones web
Guía práctica
- Cómo ir. Hay vuelos directos hasta Lanzarote de Iberia. Otra posibilidad es llegar en barco o también en avión desde alguna otra isla del archipiélago canario.
- Hoteles.
San Bartolomé
- Caserío de la Mozaga. C/ Mozaga, 8. Tel.: 928 52 00 60. Típica casa de labranza canaria del siglo XVIII.
Teguise
- Gran Meliá Salinas. Avda. Islas Canarias, s/n. Tel.: 928 59 00 40. Diseñado por César Manrique, este hotel es patrimonio cultural de Lanzarote.
texto Yaiza
- Finca de las Salinas. C/ La Cuesta, 17. Tel.: 928 83 03 25. Mansión restaurada que está frente al Parque de Timanfaya.
- Restaurantes
- Arrecife Colón. C/ Cactus, s/n. Tel.: 928 805649. Es uno de los mejores restaurantes de Canarias, con unas deliciosas croquetas de marisco.
- Teguise karus. Plaza 18 de julio, s/n. Tel.: 928 845332. Sirven platos de cocina internacional, en un ambiente muy agradable.
Tías-Puerto del Carmen
- La Cañada. C/ César Manrique, 3. Tel.: 928 512108. La crema de aguacate y el flan de papaya son lo mejor de la casa.
POR QUÉ NOS GUSTA...
Viajar a Lanzarote es como aterrizar en un planeta de incuestionable belleza. Un imprescindible.
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