Memorias de una familia en sudáfrica
Vivimos casi dos años en este fascinante país, mirando con ojos de europeos las tierras y gentes de este extremo del mundo… también nosotros, como la famosa escritora isak dinesen, guardamos en el corazón, como un tesoro, nuestras personales «memorias de áfrica».
Desde que los niños eran pequeños, habíamos planeado que un año de nuestras vidas lo pasaríamos en el extranjero con ellos. La disculpa era que pudieran aprender inglés, mientras disfrutábamos de un país nuevo en todos los sentidos. Así que ¿por qué no Sudáfrica? Mi marido, que nos precedió en el viaje, encontró un pueblecito junto al mar, Kommetjie (pronunciado Kómiki), situado en la península del Cabo, casi el último del mapa antes de la puntita que dibuja África en su extremo sur. Así fue cómo empezó nuestra aventura africana.
Llegada al paraíso
Nuestra vida en aquel pueblecito estaba regida por los elementos naturales. Mi marido, mi hija Cristina, de 5 años, mi hijo Carlos, casi con 10, y yo nos levantábamos al amanecer, ya que el colegio empieza muy pronto, sobre las 7.30 de la mañana, y era el momento, antes de afrontar la jornada, de tomarle el pulso a la intensidad de las olas, tema de conversación con el resto de los padres de los alumnos, reconocer la bandada de ibis en vuelo hacia el sur y detectar los tesoros que la marea traía cada noche a las playas. El colegio estaba a tres manzanas. Era pequeño y rodeado de un gran campo, parcialmente arbolado. A pesar del heterogéneo alumnado, los niños y niñas blancos, negros y mestizos, cristianos, musulmanes, judíos, católicos, evangelistas y protestantes recibían la misma clase de religión: los pasajes de la Biblia. Se hablaba en inglés, afrikáans y xhosa.
Otra realidad
Cuando le preguntamos a nuestra hija si estaba contenta en África, nos dijo que ella creía que «África era un campo amarillo y seco con niños llorando de hambre, al menos eso era lo que mostraba la televisión en España».
Sería falso decir que eso no es parcialmente así. En El Cabo había pobreza que se asomaba todos los días de diferentes formas y casi siempre con piel negra en el borde de la carretera haciendo autoestop, vendiendo leña recién cortada en el bosquete de atrás o simplemente pidiendo. Pero también hay un país en el que la población de color ha tomado desde hace tiempo las riendas y que dirige las empresas, la Administración y la política, produce series de televisión con protagonistas negros y, lo que me pareció más importante, los niños negros del poblado de al lado compartían con mis hijos pupitre y juegos. El apartheid no es agua pasada todavía, pero es espectacular la recuperación de las heridas de quienes lo padecieron. Pese a todo, nuestros amigos sudafricanos creen que habrá que esperar a que la generación de sus hijos tome el relevo.
La vida sin zapatos
Mis dos hijos aprendieron enseguida a sentirse sudafricanos de adopción, porque se cumplieron parte de los ritos que conforman el mito de una infancia feliz: vivían junto a una playa, iban la mayor parte del día descalzos, subiéndose a los árboles del jardín del colegio, internándose en el pequeño bosque que bordeaba la dársena o pisando el suelo de las dos únicas tiendas del pueblo donde, por cierto, había muy poco que comprar. Para quien nunca lo ha vivido, puede parecer una banalidad, pero -como me di cuenta después- un grupo humano que prescinde de los zapatos experimenta un cambio radical en su comportamiento.
La diversión, tal y como la entiende un blanco occidental, se centraba en nuestro pueblo en subir a la montaña Schlangkopf (cabeza de serpiente), que custodiaba como un buen guardián la vida de los habitantes, y en lanzarse a la playa desde primera hora de la mañana hasta la puesta de sol, cuando nos entregábamos al rito de verlo ocultarse en el océano Atlántico.
La playa: tiburones y surfistas
La playa del pueblo era larga, se extendía a lo largo de varios kilómetros, por lo que pronto aprendí que no bastaba con decir «the beach», sino que cada tramo de playa estaba bautizado. Fue mi hijo Carlos el que nos enseñaría, con el tiempo, estos nombres, cuando ya se había convertido en un consumado surfista con solo 11 años. Por culpa del bendito surf hicimos diferentes viajes por la costa índica y atlántica y aprendimos, de paso, sobre las mareas, las temperaturas del agua (4 grados más cálida la del Índico), de dónde venían las olas y las especies de tiburones: el tiburón perro, el tigre..., cuya presencia obligaba a los surfistas a abandonar las aguas. Yo no sabía entonces -por supuesto- que el gran tiburón blanco era un visitante habitual de nuestra playa.
Por los árboles
Desde su primer día de clase, mi hija Cristina tuvo un flechazo con un enorme árbol, en el que se subían los escolares de primaria; creo que era un jacarandá. Cuando fuimos a buscarla, nos saludó -ya descalza-, oculta, desde una de las ramas, vestida con su uniforme rojiblanco de diario -de segunda mano- que nos había facilitado el ropero del colegio a un precio ridículo, después de haber vestido a más de cuatro niñas en anteriores cursos. Desde este primer descubrimiento, Cristina empezó a subirse a los árboles, primero para jugar con sus amigos y luego, simplemente, para estar, leyendo un libro, con sus muñecos, o mirando el mundo desde lo alto. En nuestra segunda casa, teníamos un hermoso ficus en el jardín delantero donde se pasaba horas con un cojín y sus libros. A veces, de noche, había que decirle que se bajara ya, que era muy tarde para andar por los árboles.
Viajes por tierras sudafricanas
Aprovechando las vacaciones escolares, que allí están muy repartidas a lo largo del año, nos propusimos hacer varios viajes para conocer parte de la inmensa fauna que hay en África. Como la mayoría de los turistas, soñábamos con ver a los «big five», las cinco grandes especies de la fauna africana: león, rinoceronte, leopardo, elefante y búfalo. Lo logramos y con poca dificultad, ya que las reservas y parques sudafricanos son espléndidos y no defraudan a nadie. Durante las vacaciones de invierno, en agosto, viajamos bordeando la Costa Salvaje, en el Índico. Atravesamos el cabo Agujas, Zululandia, Drakensberg y visitamos el magnífico estuario de Santa Lucía, con su playa de Cabo Vidal, donde desovan las tortugas bobas y laúd, los parques de Umfolozi y el desconocido e impresionante Mkuzi, la tierra de los zulúes y el guerrero Shaka.
Levantarse aún de noche para poder salir al amanecer al campo y oír los sonidos de todo tipo de animales, verlos de cerca o de lejos, según la especie, era el plan habitual de nuestras expediciones. Comíamos en el coche (en las reservas está prohibido salir del vehículo) y, al caer el sol, volvíamos al campamento base, donde cenábamos en el restaurante del campo, por lo general una fabulosa cena, peculiar mezcla de lo mejor de la cocina europea y la cocina india, malaya y la propiamente africana. Otras veces, y este es uno de los recuerdos que mejor conservamos, se improvisaba un fuego en las parrillas y cenábamos bajo la luz de la luna contando las estrellas y acompañados solo por el concierto de insectos, aves nocturnas y gritos de hienas y chacales que aún, en África, acompañan la noche del hombre.
Nuestra experiencia africana duró más de lo previsto, pero en Kommetjie viviríamos los días -quizás- más felices de nuestra vida.
Bichos y demás parientes
- Serpientes y arañas. Como cualquier otra madre hubiera hecho, me informé con precisión de los animales que acechaban la seguridad de mi familia leyendo libros sobre la fauna del Cabo. Lo primero que averigüé es que las especies de serpientes venenosas eran numerosas, en particular la cobra del Cabo, un bello animal capaz de erguirse cerca de metro y medio bufando antes de mandarte al otro mundo. También abundaba la «puffeder», una víbora mediana y gruesa, cuya mordedura es mortal. Había también una especie de bamba que circulaba por el entorno, pero, en opinión de los vecinos, eran todas muy «tímidas» y bastaba con no meterse con ellas... Sí nos alertaron en cambio contra la araña viuda negra, frecuente habitante de los garajes, con un veneno que mata cada año a mucha gente.
- Papiones. En el pueblo también convivíamos con los papiones, unos monos que viven en grupos y que representaban un auténtico peligro, ya que, cuando tenían hambre, abandonaban la montaña y bajaban a las casas, donde arramblaban con cualquier cosa. Lo malo no era lo que se comían, sino el destrozo que ocasionaba la horda tras su paso por la cocina. Los machos son corpulentos, con un peso de casi 35 kilos y erguidos alcanzan la estatura de un hombre mediano.
- Ballenas. Visitantes de excepción fueron las ballenas francas, que llegaron a la bahía puntualmente, como cada año de mayo a diciembre, donde es muy fácil verlas aparearse o nadando con sus crías de unos cinco metros de longitud. Protegida internacionalmente, la llegada de esta ballena del hemisferio sur, de la que quedarán unos 3000 ó 4000 ejemplares, se celebra en las costas del Cabo con fiestas, eventos y todo tipo de actividades. La localidad de Hermanus, ya en el Índico, vive turísticamente de su presencia. También en nuestro pueblo y sin turistas, avisaba a veces algún amigo por teléfono o e-mail: «Whale on the beach» (ballena en la playa). Y para allá nos íbamos, dejándolo todo porque, en definitiva, ¿podría haber algo más importante que hacer ese día que ver una ballena?
- Pingüinos. Otra gran novedad para nosotros, europeos, fue descubrir a los pingüinos africanos que vivían en el pueblo de al lado, Simon´s Town. Se trata de un pequeño pingüino de apenas medio metro de altura que tiende a balancearse como un autómata. La mayor colonia del mundo vive en una reserva abierta al público y, cuando nadábamos, nos acompañaban en grupo a una prudente distancia lanzando sus típicos rebuznos, motivo por el que los ingleses lo llaman Jackass penguin (pingüino burro). Las orcas y el avistamiento de tiburones de diversas especies, incluido el gran blanco, fueron otros de los descubrimientos africanos. Vivíamos cerca de la colonia de osos marinos del Cabo, por lo que la visita era obligada.
Sudáfrica visto por un gran viajero
José Luis Yzaguirre. Presidente de la Organización Mediterránea de Periodistas y Escritores de Turismo y de Arte (OMJET).
Sudáfrica reúne un conjunto de ciudades de esplendorosa arquitectura como Johannesburgo, Ciudad del Cabo, Pretoria o Durban, así como una de las más importantes reservas de fauna y flora del planeta.
Johannesburgo, «la ciudad del oro»
Edificada sobre minas de las que todavía se extrae este rico mineral, esta ciudad es el punto de partida para conocer este país, uno de los más bellos, variados e interesantes del mundo. Sin embargo, la mejor forma de adentrarnos en este paraíso es dirigirnos de inmediato al famoso Parque Kruger.
Una reserva gigantesca
Hoy en día, gracias al acuerdo de libre tránsito de animales y visitantes entre Sudáfrica, Zimbabue y Mozambique, el Parque Kruger tiene una extensión mayor que Portugal. Son unas cinco horas de carretera en las que se puede gozar de un paisaje heterogéneo, salpicado de restaurantes en ruta donde podemos iniciarnos en la gastronomía sudafricana, compuesta por diferentes tipos de carne, incluida la de cocodrilo, jirafa o avestruz, pero también de res y cordero, acompañados de una extraordinaria variedad de frutas y vegetales.
Existen numerosos hoteles en las diversas entradas del Parque Kruger. La decoración combina dibujos, colores y formas tribales con las mejores comodidades. Unas imperceptibles alambradas eléctricas separan los alojamientos del río, donde habitan cocodrilos y suelen chapotear los elefantes, indiferentes a la presencia de la gente.
Una urbe para quedarse a vivir
Es muy difícil encontrar una ciudad más bella que Ciudad del Cabo. Descubierta hace más de 500 años por Vasco de Gama, se ha convertido en punto de referencia del África colonial y del presente poscolonial, donde la convivencia entre las razas es mucho más armónica de lo que uno pueda imaginarse. La arquitectura es bellísima y moderna, aunque también hay construcciones clásicas como el castillo de Buena Esperanza, en forma de cinco puntas, que es el edificio más antiguo del país. Los hoteles de lujo comunican con galerías comerciales, situadas alrededor del puerto, que podrían competir con las de París, Londres y Nueva York.
Los vinos, un renglón aparte
Los vinos también son una parte importante del patrimonio sudafricano. Viajar por las cuidadas carreteras siguiendo las rutas de sus viñedos, con bodegas construidas según el estilo de la arquitectura tradicional de Holanda, Inglaterra y África, es una experiencia de gran interés, ya que estos vinos, especialmente los blancos, figuran entre los mejores del mundo.
Teresa Vicetto. Periodista. Cofundadora de la revista Quercus y editora de la revista El Cárabo.
Vivimos casi dos años en Kommetjie, situado en la península del Cabo, viviendo nuestra particular aventura africana
Mis dos hijos aprendieron enseguida a sentirse sudafricanos de adopción: vivían junto a una playa e iban la mayor parte del día descalzos
Como la mayoría de los turistas, soñábamos con ver las cinco grandes especies de la fauna africana: león, rinoceronte, leopardo, elefante y búfalo
El apartheid no es agua pasada todavía, pero es espectacular la recuperación de las heridas de quienes lo padecieron
Cronología clave
- texto 1948. El Partido Nacional Afrikáner Purificado gana las elecciones generales y establece la política del apartheid (segregación racial).
- texto 1950. Se aprueban decretos que prohíben, entre otras cosas, los matrimonios mixtos y el contacto sexual entre razas distintas.
- 1963. Los dirigentes del Congreso Nacional Africano (ANC), un movimiento antirracista pacífico, son detenidos. Nelson Mandela es condenado a cadena perpetua.
- 1990. Nelson Mandela es liberado debido a la fuerte presión internacional. El ANC y el Gobierno liderado por Frederik de Klerk llegan a un acuerdo para poner fin al apartheid, que concluye el 17 de junio de 1991.
- 1994. Primeras elecciones con sufragio universal, que encumbran a Mandela a la presidencia de Sudáfrica.
Pasaporte
- País. República Sudafricana.
- Extensión. 1 219 912 km2.
- Habitantes. Unos 45 millones.
- Razas. Negros (31 millones), blancos (5 millones), el resto, mestizos (denominados coloured).
- Ciudades más importantes. Pretoria (capital administrativa), Johannesburgo, Durban, Ciudad del Cabo y Bloemfontein.
- Idiomas. Inglés (lengua oficial), afrikáans –una mezcla de holandés, francés y alemán- y 11 lenguas indígenas, entre las que destacan el xhosa y zulú.
- Sistema político. Tras el fin del apartheid, el 17 de junio de 1991, Sudáfrica es un país democrático en proceso de «reconciliación nacional».
- Cultura. Su polifacética sociedad, multirracial, multilingüe y multirreligiosa, además de la efervescencia política, produce una riquísima vida cultural en la que la población negra vuelve a adquirir el protagonismo restado durante el apartheid.
Guía practica
- Vuelos. Las principales compañías (British Airlines, KLM, Air France) vuelan a Johannesburgo y Ciudad del Cabo. Iberia sólo vuela a Johannesburgo. Duración desde España: de 10 a 11 horas.
- Estaciones. El verano (de noviembre a enero) es la estación alta para el turismo.
- Moneda. Rand sudafricano. Pago con tarjeta sin problemas.
Transporte. Escaso transporte público. Mejor alquilar un coche. La conducción es por la izquierda.
- Seguridad. Como los propios sudafricanos dicen, no es un país más inseguro que otros, depende de «que uno esté en el peor sitio en el mal momento».
- Compras. Oro, diamantes y piedras preciosas y, para bolsillos normales, los mercadillos de artesanía local.
- Visado: Los viajeros de la UE no lo necesitan. La estancia turística máxima son 90 días.
Vacunas: Malaria, en zonas de riesgo. Consultar servicio de Medicina Exterior.
POR QUÉ NOS GUSTA...
Sudáfrica sorprende. Es mejor verlo para enteder por qué.
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