¿Cómo afectan los estímulos al cerebro?
Los estímulos remodelan el cerebro sin cesar.
Nuestro «ordenador personal» no experimenta un declive inexorable a partir de los 20, los 30, los 40 o los 60 años. Numerosos estudios cuestionan hoy la teoría según la cual nuestro stock de neuronas va decreciendo, en una progresión que nos conduce inevitablemente hacia la senilidad. Por el contrario, sabemos que las facultades de aprendizaje y de memorización no están reservadas a los niños.
Las conexiones neuronales se crean y se deshacen a lo largo de toda la vida. Eso quiere decir que el tejido nervioso se remodela sin cesar por efecto de los estímulos que el cerebro recibe del entorno. Estudios europeos recientes, como el de la Fundación Ipsen -que ha seguido a gran número de centenarios en Francia- han comprobado que un sorprendente número de ellos conservaban toda su capacidad intelectual, su sentido del humor y su facultad de reflexión. Como explican los expertos: «Nuestro cerebro tiene una enorme capacidad de adquisición y adaptación. Es lo que se conoce como "plasticidad cerebral"».
Hoy, las imágenes cerebrales que nos permiten ver el cerebro en funcionamiento (resonancia magnética, escáner, imágenes tridimensionales) han revolucionado las viejas teorías.
Ahora es posible, por ejemplo, visualizar el dolor. Incluso, por medio de la tomografía de emisión de positrones (PET), nos es posible ver lo que ocurre en el cerebro mientras estamos aprendiendo algo o cuando ejecutamos un movimiento (porque el flujo eléctrico transita de forma diferente según cada actividad específica).
Así, cada región cerebral está especializada en una tarea concreta. El córtex, que, por la evolución de la especie a lo largo de millones de años, ha acabado diferenciando al hombre de los animales, es la sede de la comprensión. Existe también un área visual, auditiva, olfativa... Cuanto más estimulemos la visión, el oído, el olfato, el cerebro creará más conexiones y redes de neuronas y se volverá más eficaz.
Por eso es tan importante diversificar los estímulos, no solo en la infancia, sino también después, en adultos que hayan sufrido un accidente cerebrovascular.
El efecto de los estímulos es evidente. Se ha comprobado que los taxistas de las grandes ciudades (que deben memorizar todas las calles de la ciudad y ser capaces de encontrar siempre el recorrido más corto) tienen un hipocampo mucho más desarrollado que la media de la población. No nacen con esa ventaja; la van adquiriendo a través del ejercicio mental realizado a diario.
Por supuesto, las diferencias entre el cerebro del hombre y de la mujer son objeto de gran interés. Los lóbulos cerebrales que corresponden a las funciones sensoriales (audición, tacto...) están más desarrollados en las mujeres. Eso explicaría por qué las mujeres tienen una mejor percepción de su entorno y de las personas. En cambio, se ha comprobado que los hombres tienen una mejor comprensión espacial. Lo cual explica por qué los hombres se orientan mejor en una ciudad desconocida, son mejores interpretando mapas o imaginando cómo se ve una figura en el espacio desde distintos ángulos.
Algunos estudios van más allá, y afirman que un cerebro infantil que recibe suficiente «alimento intelectual» en un entorno afectivo positivo tiene más probabilidades de ser reeducado en caso de que se produzca una deficiencia en la edad adulta. Ocurre con las palabras: cuando no recordamos una, podemos recurrir a un sinónimo, si es que ese sinónimo existe en nuestro «almacén» de palabras.
Así pues, la ciencia nos invita a dejar de lado el fatalismo. Es posible actuar diariamente para mantener el cerebro alerta durante el máximo de años posible. Los consejos de los especialistas son asombrosamente simples. «Si no podemos influir sobre los factores genéticos y biológicos, debemos asumir la responsabilidad de mantener en forma nuestro aparato cognitivo, del mismo modo que nos preocupamos por el cuidado del corazón o los pulmones. Eso conlleva un entorno socialmente estimulante, actividad física regular y una alimentación inteligente y equilibrada».
Marisol Guisasola
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