APARICIÓN DE LA ENFERMEDAD
Síntomas de la enfermedad de Parkinson
El temblor de las manos es su síntoma más visible, pero no el único. Se trata de una enfermedad degenerativa ocasionada por la pérdida de unas neuronas denominadas dopaminérgicas. El Parkinson se caracteriza por tres síntomas: temblores, rigidez de los miembros y lentitud en los movimientos.
Aunque fue descrita por James Parkinson en 1870, aún se desconocen las causas de esta enfermedad. Los temblores, especialmente de las manos y los brazos, son sus síntomas más visibles, pero no los únicos. Otras manifestaciones de la enfermedad son la lentitud física y cerebral, la rigidez de los miembros, los problemas de equilibrio, las dificultades de elocución, cambios en la expresión de la cara, problemas cutáneos y de sueño, estados depresivos y dificultades para tragar.
La adaptación (aceptación) al Parkinson exige tiempo y esfuerzo. Es un proceso doloroso en cada uno de los estadios de la enfermedad, desde que se perciben los primeros temblores hasta que se hace evidente la dependencia. Conocer la enfermedad, que cambia el curso de la vida, ayuda a aceptarla.
En los enfermos de Parkinson se ralentizan todos los movimientos y la expresión verbal, lo que conduce a pensar que también sus capacidades mentales sufren la misma ralentización. Pero no es así. La lentitud sólo afecta a su psicomotricidad, no a su inteligencia, que permanece, en la mayoría de los casos, inalterada. El paciente, que conserva su lucidez, es prisionero de su cuerpo y de un implacable engranaje que alterna los momentos de lentitud con otros de tregua. Se trata de un ritmo irregular, despiadado para el enfermo y difícilmente soportable para su entorno, al que le cuesta, a veces, comprenderlo.
Este doble desequilibrio entre la velocidad de funcionamiento del cerebro y la del cuerpo, por una parte, y entre los momentos de ritmo lento y ritmo normal, por otra, crea una situación cruel para el enfermo y de impotencia para su familia. Es normal que ésta se adelante a los pensamientos y los actos del paciente actuando en su lugar. Es un signo de impaciencia comprensible, pero completamente contraindicado: es esencial, en la medida de lo posible, dejar al paciente vivir, pensar y actuar a su ritmo. En lugar de hacer las cosas por él, conviene animarle a actuar y valorar lo que hace.
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