¿Los cinco sentidos evolucionan de la misma manera?
¿El olfato y la vista se adquieren al tiempo? ¿Se desarrollan a la misma velocidad? ¿Comienzan a fallar con los mismos años?
Cada sentido tiene su propia trayectoria. El gusto, el tacto y el olfato se estimulan muy pronto. El primerísimo contacto del recién nacido con su madre se establece a través del olfato y el tacto: se le coloca sobre la piel, sobre el cuerpo de su madre, nada más nacer. El gusto y el olfato tienen en común el ser sentidos muy íntimos, extremadamente evocadores de recuerdos: todos lo hemos experimentado en más de una ocasión. Son sentidos que no sufren alteraciones, excepto en casos de sinusitis crónicas o algún episodio de gripe. El envejecimiento no les afecta; como mucho, un ligero envejecimiento de las papilas gustativas puede reforzar el gusto por el azúcar.
El oído también se estimula desde antes de nacer, por eso el bebé reacciona a veces con movimientos vigorosos dentro del vientre materno ante el sonido de una voz o una melodía determinadas. Tras el nacimiento, el oído sigue afinándose durante varios años, hasta los 7, y comienza a envejecer, salvo en caso de accidente, a partir de los 65 años.
La vista es el sentido menos desarrollado del bebé recién nacido; va por detrás de los demás: así, un niño recién nacido sólo es capaz de percibir formas vagas y colores. Los especialistas explican que los otros sentidos manejan las sensaciones que nos vienen impuestas -ruidos, contactos, olores...-, mientras que ver implica un esfuerzo consciente por nuestra parte. De los cinco sentidos, la vista es, además, el que utiliza el aparato más complejo y frágil, los ojos. Y, por encima de todo, la información visual implica diversos niveles -dimensión del objeto percibido, forma, color...- que exigen estimular al mismo tiempo varios puntos de la misma zona del cerebro.
Es preciso añadir, por último, que por la vista recibimos la mayor parte de las informaciones que llegan a nuestro cerebro. Está demostrado que, cuando dos personas hablan, el 60 % de la comunicación la constituyen los gestos, las actitudes o la expresión de la cara: «ponerse las gafas para oír mejor», como hacen algunas personas, no es ninguna tontería.
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