¿Y si no se sabe escribir una historia?
«Venga, abuela, cuéntanos cosas de cuando tú eras pequeña», nos pide una vocecilla que, a veces, no es más que el eco de nuestros propios deseos de revivir la propia historia: volver a encontrarnos con el niño que fuimos para tomar mejor de la mano al que nos pregunta y ayudarle a construir su futuro. Recibir y transmitir: son las palabras que enlazan a las sucesivas generaciones.
Mucha gente cree que no sabe escribir porque no guarda un buen recuerdo de las redacciones escolares o porque tiene un concepto tan alto y noble de la escritura que ni siquiera lo intenta. Para superar esos prejuicios, a veces es suficiente con que imaginemos que estamos escribiendo a nuestro mejor amigo, sin censurar ni dar demasiada importancia a lo que vamos a contarle. Por regla general, el primer intento resulta lo suficientemente satisfactorio como para animarnos a continuar. Además, hay talleres literarios o de escritura donde nos pueden ayudar.
Si pese a todo ello seguimos bloqueados, podemos utilizar otros métodos para preservar nuestros recuerdos. Hay quien en sus álbumes de fotos incluye, además de las fotografías debidamente fechadas, identificadas y comentadas, una bolsita con arena de la playa de las últimas vacaciones, un trozo de tela de un vestido especial, la pluma de un pájaro, u otro objeto significativo.
La imaginación y la creatividad no tienen límites. Si a uno le gustan las labores, puede bordar el árbol genealógico de la familia jugando con los colores: azul y rosa para la familia paterna; verde y amarillo para la materna; luego, a medida que se suceden las generaciones, los colores se irán mezclando.
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