El duelo y su proceso
Elaborar un proceso de duelo es como atravesar un túnel: tenemos que transitarlo para poder salir de él y la salida, necesariamente, nos dejará en un lugar distinto al de la entrada.
Es por lo tanto un proceso de fases aunque estas fases no tienen necesariamente que darse de una manera ordenada y lineal. Es muy común vivir varias fases en el mismo día, como una montaña rusa emocional donde cada miembro del sistema familiar elabora el proceso de duelo de una manera personal, idiosincrática, como un cordón umbilical único que nos conecta con la persona que ha muerto. Para avanzar en el camino del duelo necesitamos vivir, a nuestro propio ritmo y velocidad, cada una de estas fases.
Fases del duelo
1. Negación
Primera de las etapas del proceso de duelo, considerada como la fase más importante, puede durar desde unas horas hasta un tiempo ilimitado. En esta fase, sabemos racionalmente que nuestro ser querido ha muerto, pero psicológica y emocionalmente no lo aceptamos, no lo integramos ni asumimos la nueva realidad.
Seguimos buscando al fallecido, con la sensación de que la pérdida no es real, como si fuera un mal sueño.
En esta etapa es común tener pseudoalucinaciones y trastornos del sueño. «Me despierto en mitad de la madrugada y por unos segundos siento que está a mi lado, durmiendo, como siempre».
La negación tiene su utilidad, impide que nos derrumbemos emocionalmente permitiendo adaptarnos a la pérdida al ritmo que nuestra mente y nuestro corazón necesitan.
2. Enfado/ira/envidia
Al salir de la negación nos encontramos con la ira. Nos enfadamos con la realidad, es una rabia contra uno mismo, contra los familiares y allegados, contra las personas externas, contra el mundo. En definitiva, la ira en esta etapa del proceso puede tener múltiples destinatarios.
El enfado, la ira y la envidia son emociones muy habituales en los procesos de duelo, pero están tan penadas socialmente que no nos permitimos y no nos permiten expresarlas con naturalidad. Son emociones muy cambiantes y fluctuantes, volátiles; si nos permitimos sentirlas, sin juzgarlas, se digieren mucho más rápidamente que si intentamos negarlas o maquillarlas.
Lo que se acepta se transforma; lo que se niega permanece, se hace crónico. Cuando la rabia o la ira no se expresa o no se permite, se vuelve contra uno en forma de culpa. La culpa tiene algo de enfado con uno mismo.
3. Culpa
El único animal capaz de sentir culpa es el ser humano. La culpa es un autojuicio, un perseguidor, la «kriptonita» de los seres humanos, lo que más daño nos hace y la fase con la que más nos cuesta lidiar.
Durante el proceso de duelo, tenemos dos vectores, inercias o direcciones aparentemente contradictorias: por un lado queremos avanzar en el duelo y encontrarnos mejor, nos esforzamos por retomar actividades, leemos este libro, vamos a terapia... Por otro lado, cuando nos sentimos bien, cuando nos descubrimos riendo, bailando o disfrutando por primera vez tras la muerte de nuestro familiar, nos sentimos culpables.
Tendremos que aprender a sobrellevar y sostener estos dos factores que nos van a acompañar en el camino del duelo.
4. Negociación
La persona en duelo intenta establecer un pacto con su sistema de valores y creencias para intentar revertir la situación de la posible pérdida.
En esta etapa se intenta crear una ficción que permita ver la muerte como una posibilidad que estamos en posición de impedir que ocurra. De algún modo, ofrece la fantasía de controlar de la situación.
La negociación nos lleva a retroceder en el tiempo, a imaginarnos escenarios paralelos donde el dolor es aliviado.
5. Tristeza
La tristeza es la fase donde la pérdida se hace más consciente. La ausencia se hace inevitable. Es fundamental conectar con la tristeza, la búsqueda de recuerdos, fotos, canciones, son un buen ejercicio para conectar con ella. El objetivo en esta etapa sería «recordar al fallecido con una tristeza sobrellevable».
6. Reconstrucción
La tristeza extrema nos lleva a intentar realizar una serie de actividades para poder salir de la situación de profundo dolor que estamos viviendo. En este momento comienza la reconstrucción de la persona, comenzamos a plantearnos alguna pequeña licencia, salida, algún plan de ocio, retomar alguna actividad pendiente, permitirnos sonreír de vez en cuando...
En esta fase se comienza a trabajar asuntos pendientes en su relación con la persona fallecida. Asuntos pendientes que casi siempre tiene que ver con dos verbos, el verbo «hacer» (cosas que hice y que no hice) y el verbo «decir» (cosas que dije y que no dije).
7. Aceptación
La aceptación se define por acciones concretas donde nos intentamos recomponer, reorganizar y engancharnos al tren de la vida.
Una de las dificultades del duelo está en la idealización de esta etapa. Si entendemos por aceptación que mi vida será igual que antes de la pérdida, fracasaremos. Aceptar el duelo es poder recordar a la persona y reconocer los cambios que han acontecido en nuestra vida.
8. Integración
El duelo finaliza con la integración. Ninguna persona que habita este planeta es la misma persona que era antes del fallecimiento de un ser querido. En líneas generales sí, pero algo dentro de él o de ella ha cambiado como consecuencia de la integración de la pérdida surgida tras el proceso de aceptación al duelo.
Esta es la última etapa del proceso de duelo, en esta fase la persona ha sido capaz de integrar la pérdida en su interior. En su sistema de creencias ha conseguido aprender a recordar al fallecido y, sobre todo, y lo más importante, a descubrir su nuevo «yo».
"Mi madre me sigue acompañado de otra manera. Ella falleció hace seis años, pero su pérdida me ha hecho más fuerte, sé que estaría muy feliz por ver los logros profesionales que estoy consiguiendo. Hace poco tuve que hablar para un auditorio con más de doscientas personas y al finalizar, y ver los aplausos de los asistentes, pensé en lo feliz que sería mi madre de poder haberme visto en esa situación. Sé que soy lo que soy a día de hoy gracias a ella y a la superación y esfuerzo que tuve que hacer para superar su muerte".
Manuel Nevado
Psicólogo coautor de El Duelo, crecer en la perdida
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